martes, julio 08, 2008

María Gutiérez Z.: "Ser padre" en el marco de las nuevas leyes de la ciudad

El caso de un parricidio acaecido el pasado “día del padre”, en Guadalajara, Jalisco, México.


El pasado 16 de junio, apareció en el periódico MURAL, una nota inquietante acerca del modo singular en que un padre, -habitante del mismo municipio zapopano en el que yo también vivo-, tuvo para pasar la celebración del día anterior. Asesinó a su par de pequeñas hijas de dos y tres años de edad, respectivamente. Luego, intentaría suicidarse. A partir de ello, trataré de efectuar un estudio de lo que ese acto nos propone y nos dice a los analistas y al psicoanálisis.

La cuestión en torno a saber qué es “ser padre”, probablemente sea una de esas preguntas que cuando nos son planteadas de repente, nos hacen trastabillar, intentando recurrir inútilmente a los lugares comunes; y es que en realidad, para ellas no existen respuestas formuladas de antemano. Quizás no abuse al decir que Sigmund Freud aludía a esta dificultad, cuando en 1937 declarará a la educación, como una de las “profesiones imposibles”, junto con la del gobernante y la del psicoanalista. Mas -como por otra parte dirá Jacques Lacan- esa imposibilidad será precisamente la que sostenga el lanzamiento de su realización.

No obstante, siguiendo cierto movimiento cultural compartido en el mundo occidentalizado y posmoderno, la polis en el México actual, avanza en sugerir y proponer ciertos lineamientos en lo que se refiere a lo que “le toca”, a manera de una tarea por asignación, hacer a un padre, por la vía legislativa. Por citar un ejemplo reciente, hace unos días aparecieron en la prensa periodística, las nuevas modificaciones que se están llevando a cabo en la Ley Federal del Trabajo, a partir de las cuales, el trabajador tendrá derecho a ciertos períodos de asueto a propósito del nacimiento o adopción de sus hijos, en vistas a que participe y colabore en el cuidado de los mismos junto con la madre, particularmente durante el tiempo de la lactancia. En ese sentido también, podrá hacer coincidir su período vacacional con el marcado por el calendario escolar de sus descendientes.

Sin tener que evaluar en este momento, si esto es “bueno” o “malo” en sí mismo, puesto que se trata de datos que ya están ahí, la cuestión a ver será la manera en que éstos últimos plantean efectos que trastocan formas antes vigentes de producción de las subjetividades y de conformación de las sociedades. Es decir, situaciones de la vida privada cotidiana, ligadas a la manera como un padre ejercía o no una función frente a un hijo, y que anteriormente se estructuraban y enfrentaban bajo criterios tales como la disposición personal, la mezcla de tradiciones, costumbres, posibilidades y recursos propios de los miembros de cada pareja y grupo familiar, inscritos dentro de una cierta comunidad -que cierta e irremediablemente, han sido objeto de tensiones, conflictos y negociaciones- ahora aparecerán de entrada reguladas desde el Estado y a través de un contrato laboral.

¿Qué implicaciones tendrá ese desplazamiento de la experiencia – como lo planteará el filósofo italiano Giorgio Agamben- y de la vigencia de criterios subjetivos, indudablemente azarosos, pero a partir de los cuales, es que eventualmente un progenitor puede sostener y hacer viable una liga con su descendencia?

Tratar de “escuchar” lo que se presenta ostensivamente a través de estos casos de nuestro presente más inmediato, instaurados a partir de actos extremos e irreversibles como el que se relata al inicio de este texto, -manifestaciones de la desgracia que también ocurre en nuestra ciudad-, quizás presente la posibilidad de no dejarlos aislados o a la deriva del mismo abandono y desamparo en que, paradójicamente, fueron llevados a cabo. Estos casos nos permiten, eventualmente, sacar consecuencias que nos conciernen de diversos modos, pues habrá algo suyo que reverbera y no podremos considerar “resuelto”, una vez que las autoridades y la ley los toma por su cuenta, para imponer la sentencia penal que les corresponde.

Veamos, pues, lo que nos plantea textualmente este caso, siguiendo la crónica del periódico, escrita por el reportero Jorge Ocegueda. Los progenitores de esas dos niñas estaban separados desde hacía tiempo, y en ocasión de los desafortunados acontecimientos, la madre las había dejado en casa de su padre y a cargo de él, desde la noche del viernes anterior. Se nos dice que entre 10 y 11 de la mañana del domingo 15, la señora habría hablado telefónicamente con sus hijas, “quienes le dijeron que estaban felices”.

Esta última frase, llamará la atención, pues no pareciera concordar con una formulación propia de niñas tan pequeñas, sino más bien la sugerida por alguien mayor. Sin embargo, inevitablemente surge la cuestión siguiente: ¿Habría habido algún tipo de intercambio entre los ex- esposos en ocasión de esa primer llamada, que marcara un antecedente o una señal sobre lo que el padre llevaría a cabo poco después? La crónica sólo revela que posteriormente a esa llamada, la madre volvería a marcar telefónicamente, sin lograr comunicarse ¿Ese segundo telefonema fallido era el resultado de que algo la habría inquietado en relación al primero? Posteriormente, la señora recibirá un mensaje por parte de su ex – pareja, advirtiéndole lo que había hecho con sus hijas. Cabe señalar cómo lo que resalta en este relato, -y no necesariamente como una omisión de quien redactó la nota periodística, sino revelador de cómo se fue estructurando colectivamente la versión misma-, es la forma como aparece completamente ausente el tipo de relación y de interacción que entre estos dos padres prevaleció y antecedió a los tristes acontecimientos que ya conocemos, y que por lo que se sabrá enseguida, muy probablemente habrá sido crucial.

Alrededor de las 3 de la tarde de ese domingo, la madre llegaría al departamento donde vivía su antes marido, y efectivamente, encontraría la escena de la tragedia consumada. En la mesa del comedor, habría un mensaje escrito: “Esta situación para mí ya es demasiado, no puedo… tuve que mentir siempre tratando de evadir la muerte.” Diría, además, según la crónica de prensa, que de “esa manera ya no le estorbaría, pero que se llevaba a las niñas, y que para la siguiente se fijara mejor en la persona a la que escogiera de pareja”. Era la tarjeta de dedicatoria de un acto, que explicitaba a quién había sido dirigido.

En una nota también del periódico MURAL de Guadalajara, aparecida al siguiente 18 de junio, y firmada esta vez por Israel Piña y Santiago Vega, el dato de las edades de las niñas, ha sido modificado: tenían 3 y 4 años de edad. Además, se nos enterará de que estando el hombre hospitalizado, habría declarado a las autoridades y reconocido su responsabilidad, reportando que desde el mes de noviembre del año anterior, y tras haberse separado de su esposa, ya habría pensado en el “parricidio”. Dicha declaración incluirá una cuestión clave, que nos será indicada por la crónica: “dijo que lo perpetró (su crimen) porque su esposa, de quien se separó hace tiempo, sólo lo quería de niñera”.

Apegándonos a lo planteado por estas breves líneas, escasos indicios del caso, y evitando emitir cualquier clase de juicio de valor hacia ninguno de quienes se vieron involucrados y radicalmente afectados por estos hechos, -dado que el caso en sí, estará completamente atravesado por ellos-, la ausencia que se ha percibido al principio del primer relato, parece ahora ser compensada. A partir de la nota que ese hombre escribió a quien fuera su mujer, y de la ulterior declaración de él ante el ministerio público, hace saber que venía de contener por varios meses su crimen; su aludida “mentira” habría sido no llevarlo a efecto antes, tal vez jugando la apuesta de encontrar alguna otra salida que nunca vio, algún apoyo o motivo para poder seguir... intentando “ser padre”, ahí donde era convocado a “ser niñera”.

Por cierto que este último término alude a quien se ocupa de unos niños por encargo, de modo que su utilización por parte de este sujeto, dejará entrever por lo menos dos cosas. Por una parte, que para él había una diferencia nada trivial entre: el “te toca”, propio de una tarea asignada desde afuera, y su relación de padre con sus hijas. Y, por otra parte, dado lo ocurrido, que él no había tenido condiciones para conciliar la tensión entre estas dos formas de vérselas cotidianamente con dos niñas pequeñas ¿Es que su relación paternal había quedado finalmente cautiva, sofocada entre las redes de ese rol de cuidador, de tal forma que en los últimos meses, su singular acto de amor hacia sus hijas, habría sido mantenerlas vivas mientras estaban a su cargo, protegiéndolas de él mismo y desviando el destino previsto por una solución final? ¿Es que atrapado, avasallado, su último gesto de resistencia frente a tal imposición sin alternativa, habría sido precisa y paradójicamente, imponer la muerte a todo aquello que sustentaba su “ser” de padre, finiquitando un lazo, destruyendo su propia progenitura y tachándose a sí mismo con dos puñaladas en el abdomen?

En efecto, el hecho de que un sujeto haya tomado precisamente el tercer domingo junio para realizar ese acto, implicará haber recurrido a un plus para hacer saber a la sociedad a la que pertenece, de un modo que tal vez no podría ser más enfático, el carácter insoportable del ejercicio de su paternidad, la condición de imposibilidad en que ésa se llegó a plantear en el contexto de su experiencia ¿Podría decirse que operó como una especie de kamikaze lanzándose contra el calendario de celebraciones a propósito de la familia en nuestra cultura, enlutándolo –como dirá la crónica de Ocegueda- averiándolo, o tal vez también señalando que hay algo en ella que no funciona? Así, la forma que nos habrá dejado para recordarlo, independientemente de que hoy su cuerpo aún palpite, será la del suicidio de un padre en su día. De ahí la pertinencia del uso del término legal “parricidio” en este caso, pues si bien ha perdido su anterior especificidad que aludía al “asesinato paterno”, -y hoy es utilizado de manera indistinta en referencia a los crímenes homicidas cometidos al interior de relaciones de parentesco-, lo que en ese acto fue muerto, de acuerdo a lo que su dedicatoria escrita manifiesta, fue el “ser de un padre”, que se llevó entre los pies las vidas de una niñas. ¿Finalmente a qué suerte de cautiverio, a qué tiranía buscó este sujeto, mediante su inmolación, asestar tan duro golpe y conmover?

Será en este sentido que habrá un aspecto sobre el cual interesa insistir, a partir de lo que habrá quedado asentado en la declaración oficial de este sujeto en cuestión. El dato en torno a que la idea de ese crimen fuera concebida en noviembre del año anterior, y se llevara a cabo hasta el junio siguiente, permite ver que por más monstruoso que aparezca, fue un acto humano, inscrito en el lenguaje, que tuvo su momento de discernimiento, es decir, su tiempo de preparación y latencia… ¿Sería factible pensar que durante dicho intervalo, ese “padre en peligro”, habría emitido a otros alguna señal, de súplica o de advertencia, que no pudo ser escuchada o no tuvo lugar?

Si eventualmente esto ocurrió así, lo que aquí se trataría de plantear es que tal falta de atención tiene un carácter socialmente compartido. En efecto, las ya aludidas transformaciones culturales planteadas por la posmodernidad, nos han vuelto cada vez más sordos al registro de voz procedente de aquello humano que se niega a ser reducido al mandato de la polis neoliberal, de “que todo marche bien”, y a la insaciable y aplastante tiranía de un mercado “promotor de la felicidad familiar”. Esa resistencia busca hacerse oír bajo distintos tonos y gestos, pero cuando finalmente se agota, puede estallar en un funesto pasaje al acto, que sólo entonces recibirá la mirada asombrada de la ciudad y los medios, pero que, desgraciada y generalmente, llegará demasiado tarde.

Quizás lo que este caso nos deja para pensar, es que el paulatino desdibujamiento de la experiencia humana en nuestro contexto actual, -entendida ésta como aquello propio de los sujetos, que se comunica y se tramita entre ellos mismos, ese lazo social que se tiende y funciona “en corto”-, no está ocurriendo sin al mismo tiempo estar conllevando serias consecuencias, que conviene advertir. Dicho desdibujamiento no puede ni podrá ser reparado mediante el solo recurso al avance de las legislaciones y de los derechos ciudadanos. Si bien no cabe duda de que éstos son importantes, todo indica que no pueden operar impostadamente, sin ser subjetivados; es decir, sin tejerse artesanalmente, cotidianamente, en la trama misma de lo que mueve a las personas, y de las relaciones entre ellas, ahí donde las responsabilidades pueden cobrar un sentido vivible, siendo anudadas al humanizante juego del deseo.

María Gutiérrez Zúñiga.
Psicoanalista.
mariaguzu@gmail.com
Zapopan, Jal., 28 de junio de 2008

1 comentario:

Martin Josias dijo...

Muy bien Maria me gusto tu escrito.
Ahora, si bien el padre, o esa entidad, ese lugar, esta predispuesto(como mencionas) dentro de la subjetividad anonima, privada etc, y las leyes dan otro lugar etc, que pasaria si el solo nombre de padre ya alude a un indirecta ideologica, a jugar a ser aprender , no en el sentido de que nadie sabe, sino parecer, aparentar etc, haciendo eco con Lacan,La cosa es la mejor mascara etc,; tomando encuenta lo anterior puede ser posible que a este sujeto, mas que ser niñera o ser padre, no era nada "padre", es decir no gazaba de los privilegios que ofrece esa posicion,del "padre" o de su verdadera intencion etc; y asi fue rebajado a la total denigracion por parte de capitalismo/feminismo y su unica y menos prosaica salida fue el acto, el total frenesí, frente a su humillacion e irrealizacion.
Saludos Maria;Alberto