jueves, noviembre 29, 2007

El árbitro, el futbol, el psicoanalista: ¿Ocaso de la función tercera?El caso del Dr. Luis Carlos Ugalde, presidente del Instituto Federal Electoral

Sigmund Freud en su obra Tótem y tabú. Algunas concordancias en la vida anímica de los salvajes y de los neuróticos (1913 [1912]) investiga una concepción del mundo, la del neurótico, una forma de subjetividad dominante en la sociedad occidental de nuestro días. Allí de manera sucinta los hijos asesinan al padre de la horda primitiva, éste no les permitía acceso al goce de las mujeres –eran, según Freud, todas para él-y luego a consecuencia del sentimiento de culpa, instauran el culto al padre, a los antepasados y fundan una ley. La culpa revela en ese caso el amor de los hijos respecto del padre, Freud no específica cuál sería la posición afectiva de las hijas. Al pie de la letra ellas no fueron tomadas en cuenta, y quizás, por ello quedan, con cierta facilidad, al margen de esa ley. Esta ley fungirá como un árbitro teniendo a su cargo arbitrar quien vive dentro o fuera de la ley; esta ley tendría a su cargo fundar los componentes éticos de la cultura, al menos eso escribía Freud.

Jacques Lacan, en su enseñanza oral y escrita, entre los años de 1953 y 1962, desplegó el conjunto de las consecuencias de esa ley paterna, su forma de instalación mediante el crimen primordial y quizás debamos a él, la confusa precisión de que la ley paterna establecía en la cultura, un elemento tercero (simbólico), un árbitro que le permitiría a los humanos salir de los efectos agresivos, de agresión y de pasaje al acto que las relaciones duales provocan al carecer de una estructura tercera que media entre uno y otro de los miembros del globo de la dualidad:” O Yo o el otro”, el semejante se instala como un enemigo que pretende quedarse con mi lugar y por consiguiente tendría que ser eliminado para no quedarme “Yo” sin ese lugar. Los hijos castigan en el padre una semejanza que les arrebataba su lugar, tan es así que Lacan localizó como ese mito de Freud contiene una paradoja: los hijos sólo obtienen acceso a una “mujer”, su madre, mientras que el resto de las mujeres por efecto del crimen quedan prohibidas para ellos y las sigue gozando el padre. Algo no encajaba, al menos para Lacan, en la lógica de este mito fundador: por un lado las mujeres no eran tomadas en cuenta y luego, la “madre” quedaba con su arbitrio o arbitrariedad o arbitraje sin ser objeto de estudio. Un tema que él ya había insinuado al mostrar , en 1938 – Los complejos familiares- el singular papel que la “madre” ocupaba en el libro de Adolf Hitler, Mein Kampf (Mi lucha, aparecido en dos tomos, 1925/1928). Una figura de ese horizonte de la arbitrariedad se localiza con bastante precisión, por ejemplo, en el lugar que ocupa la “madre” en la familia de los narcotraficantes.

El término “árbitro”: deriva del latín arbitrare, proceder uno con su propio arbitrio. En el derecho se dice juzgar como árbitro a la facultad del juez para la apreciación no fijada en una ley, juzgar bajo su libre albedrío. Es un procedimiento por el cual las partes en conflicto, se someten a la decisión de un tercero, sobre el cual se han puesto de acuerdo con el fin de que éste evalúe, aprecie, analice y decida, sobre el mérito de sus respectivas pretensiones. Este procedimiento adversarial finaliza con un documento redactado por el árbitro, quién resuelve, mediante la aplicación de sus conocimientos técnicos o personales, la controversia suscrita por las partes y sometidas a su resolución de carácter vinculante (obligatoria).

Luis Carlos Ugalde, en su carácter de presidente del IFE fungió como árbitro de la campaña electoral para elegir presidente de la República el 2 de julio del 2006 en el país. Pertenece a la naturaleza del lenguaje, no de la palabra, pertenece al lenguaje, que al abrochar -nombrarla- cualquier cosa que signifique, o qué signifique, el referente nunca es bueno:Toda designación es metafórica (Lacan, 1971). La metáfora designa una cosa por otra: Ugalde es designado por el término “árbitro” que le permite calificar el valor legal o legítimo o ilegal de un resultado electoral.

En el territorio del lenguaje y de los discursos que el lenguaje permite sostener, los lugares de cada quien son lugares formados por la apariencia, alguien es designado, no ocupa ese lugar por su ser. Y como bien dice el saber conjetural de las llamadas clases “subalternas” (Gramsci, Ginzburg, Freud, Lacan): las apariencias engañan, el refranero popular dice: “No todo lo que brilla es oro”; ese mismo saber indiciático–organizado por indicios- reconoce que sin el brillo no se localiza el oro. El orden de las apariencias es uno de los órdenes que componen la vida cotidiana de los humanos; no es posible suprimir su presencia, misma que afecta a todos y a cada uno de los habitamos el lenguaje; la apariencia y las apariencias son parte de lo que posibilita la vida en sociedad.

Retornemos al licenciado Luis Carlos Ugalde. En el noticiero matutino de Carmen Aristegui, trasmitido por radio (México, DF, 29/11/2007), fue interrogado con motivo de su separación del cargo en el IFE. Ugalde despliega en la entrevista de manera reiterada metáforas del futbol para dar una imagen de la situación vivida en el país con motivo de las elecciones del 2 de julio del 2006. Además esa retórica intentaba dar cuenta de hechos que son “legales” y que él reconocía como siendo pecaminosos, por ejemplo, cito el caso del ex presidente Fox quien empleó 2.000 millones de pesos en anuncios publicitarios que apuntaban a inclinar el voto hacia un candidato en detrimento de otro, “eso – dice él- lo sabíamos”, claro que de todas formas “era una acción legal”. Al síntoma posmoderno que la gente expresa a voz en cuello “No hay ley” –indicando una nostalgia por el retorno a una ”ley dura” que sostenga un orden; el orden es un objeto de culto posmoderno; de ese síntoma Ugalde detectaba una consecuencia: las cosas que la ley convierte en legales no logran ser trasmitidas a la población, y está última se muestra escéptica frente a las inextricables y farragosas “explicaciones de verdades jurídicas” secretas, secretas para la población. El secreto es una de las fuentes para ampliar el descreimiento.

Ugalde entrado en la cancha procedió una vez más a recurrir al futbol: “Carmen mira, tú y yo asistimos a un encuentro de futbol donde se produce al terminar un empate; al finalizar el juego, los jugadores se ponen violentos y se agreden; luego en las tribunas hay disturbios, peleas; al salir del estadio se producen situaciones de descontento, desmanes. Y en ese momento los “medios” [sic, resic y recontrasic] culpan al árbitro que sólo se limito a cumplir con las leyes que organizan el encuentro, eso no es correcto” (Noticias con Carmen Aristegui, FM 96.9,29/11/2007,a las 8,15 hrs).

La noche anterior a ese reportaje en el Estadio del Club de futbol Guadalajara se jugó uno de los cuatro partidos que permitirán conocer a quiénes serán los finalistas del torneo mexicano. Se trató del juego de las “Chivas” del Guadalajara y los “Potros de hierro” del Atlante. Notemos algo, el presidente del club de Jalisco, ha declarado abiertamente sus simpatías por el licenciado Calderón y no ahorró denuestos contra Andrés Manuel López Obrador; mientras que entre los “Potros de hierro” del Atlante quién no recuerda las posiciones políticas de Félix Fernández cuando era portero de los Potros. En fin, esto es una anécdota. El día de ayer (28/11/2007) las Chivas ganaron a los Potros por un gol a cero, gol marcado de penal que ejecutó Ramón Morales. Hete aquí una cuestión narrada por el periódico La Jornada, en su página de deportes (29/11/2007): “El cuerpo arbitral acuchillo al Atlante con un polémico penal”. El comentario de La Jornada es sobrio, pues la noche anterior, los narradores televisivos del encuentro, los comentaristas de los noticieros nocturnos mostraron unanimidad inimaginable: el penal no existió (CNN, Fox Sport, Spn, Telefórmula, etcétera). Es decir, el árbitro haya sido por los motivos que haya sido sancionó, arbitró un penal que no había tenido lugar, tanto que pasaron más de 30 segundos para que el silbante hiciese sonar la ocarina para marcar la falta.

A diferencia de la metáfora de Ugalde, la noche anterior el árbitro, por los motivos que sean, quedó en falta y sin saberlo le cargo la factura a los contendientes, en particular, a la oncena de los Potros de Hierro del Atlante y a los jugadores de las Chivas, cuyo presidente podrá decir, sin lugar a duda “Haiga sido como haiga sido ganamos” (declaraciones del Lic. Calderón a Denise Maerker, ver, México 2006: fraude, filme del director Luis Mandoki).

Por la vía del discurso que sostiene a Ugalde, un árbitro de la contienda electoral, llegamos al campo del lenguaje, allí donde cada uno tiene una cita con él, allí es donde se realiza la singularidad de cada quién, la singularidad se da sólo en el colectivo. De ahí que cada discurso ha de leerse como una forma de lazo social fundado en el lenguaje (Lacan, 1972). El árbitro por su raíz latina es parte de la familia de términos tales como arbitraje, arbitrario, es decir esa función descansa en el “libre” arbitrio de quien la desempeña, es decir , es una función que tiene muchos elementos menos uno: no es objetiva. Carece de objetividad y no puede serlo pues es una función del lenguaje que toma a los humanos, y los hechos humanos para ser tales, requieren del hecho real, de los hechos reales, de la realidad de los hechos reales proviene la subjetividad de cada quién y no a la inversa. Las posiciones subjetivas son producidas por los hechos reales que actúan sobre cada quien, no es a la inversa.

Regresemos por última vez a Luis Carlos Ugalde el comentarista de futbol o el promotor de metáforas futbolísticas para dar cuenta de los sucesos electores de julio del 2006. Cuando se dejó llevar por su habla quedo tomado por la metáfora del futbol mostraba que esa actividad deportiva no le era ajena, entonces esa metáfora fue su cita con el lenguaje, no surgió de la nada, incluía el partido de futbol entre el Guadalajara y el Atlante de la noche anterior, donde una decisión arbitral, sancionando un penal que sólo el árbitro y su juez de línea vieron; mientras que los espectadores presentes en el estadio, los televidentes y los cronistas deportivos no lo vieron.

El incidente rememorado por el singular estilo de Ugalde ofrece un dato que no deja de guardar relación con el lugar del analista en el curso de tal o cual cura, pues afecta la neutralidad supuesta a uno u al otro; se muestra que el árbitro no es neutral, se revela que su cuerpo, sus posturas sobre el juego, su visión son participes de aquello que él arbitra y luego se lo trata de mostrar como “objetivo”, la posmodernidad tiene aversión por lo subjetivo y una gran fascinación –pariente de fascismo y de falo- por lo objetivo. Lo objetivo sería un acto humano sin la participación de la persona, el sexo, la erótica, la ideología política u analítica que esa persona tiene al formar parte de lo que el lenguaje construye en las sociedades humanas y entre los humanos.

Las metáforas de Luis Carlos Ugalde contienen un plus en la medida que transmite una verdad como saber, y viene al caso interrogarse ¿Cómo saber sin saber? Pese a su apariencia y gracias a su apariencia Luis Carlos Ugalde muestra como él, al igual que cada uno, está habitado por un saber no sabido que no por "no saberse" deja de ofrecer un saber de una parte de la verdad: el árbitro del futbol, el árbitro electoral y analista no son neutrales ni objetivos. El árbitro se presenta como neutral y objetivo en un juego donde él participa, el psicoanalista freudiano se muestra como neutral, según Freud, ante los decires de su paciente ¿Será necesario seguir sosteniendo una neutralidad que no es ni lo uno ni lo otro cuando el cuerpo, la subjetividad teórica y práctica del analista participan del juego del análisis? Es que acaso ¿Será viable un análisis aséptico en el medio abyecto de la subjetividad?
Alberto Sladogna,
Analista de la elp.
México, DF, Coyoacán,
29/11/2007

lunes, noviembre 19, 2007

EL SONIDO ABSOLUTO Y OBSCENO ¿PARA QUÉ REDOBLARON, REPICARON, REPLICARON LAS CAMPANAS DE LA CATEDRAL? Alberto Sladogna, psicoanalista

Nunca preguntes por quién doblan las campanas, doblan por ti.
John Donne

El sonido es uno de los lugares privilegiados de la erótica del cuerpo humano; el sonido afecta al cuerpo de una forma singular y precisa: toca al oído de tal forma que no es factible dejar de escucharlo, es una voz autoritaria, absoluta. Su componente absoluto es producto de un hecho mínimo: el oído es uno de los agujeros del cuerpo que carece de cierre, no puede cerrarse, como los ojos o taponarse como la nariz o obturarse como la boca; el oído carece de párpados y no puede cerrarse, ni de día de ni de noche; así aquellos que escuchan voces y sonidos días y noches enteras deambulan por la casa, por las calles o por -lo que antes fueron- los albergues psiquiátricos con trozos prominentes de algodones en un vano intento de obturar el sonido que llega de forma ininterrumpida; el sonido es invasor, invade nuestro cuerpo, y en muchas ocasiones nos impide hablar, es decir, el sonido autoritario tapona nuestras bocas. Un caso ejemplar de esta situación es como los medios de comunicación, en particular, la televisión tratan de asociar el sonido y las imágenes para dejar sin voz a los que ellos consideran que no deben tener derecho al ejercicio del habla.

A la manera de Pascal Quignard escribimos:

El sonido de la música es la única de todas las artes que ha colaborado en la exterminación de los judíos organizada por los alemanes desde 1933 a 1945. La única que fue requerida como tal por la administración de los Konzentrationlager. En detrimento de este arte, que fue el único que pudo acomodarse a la organización de los campos para ensordecer el hambre, a la indigencia, al trabajo, al dolor, a la humillación y a la muerte.

El autor citado escribió en La haine de la musique, Hachette, París, 1994 (traducido al castellano de forma lamentable como “El odio a la música”) sobre los destinos de algunos de los músicos del campo de concentración de Auschwitz:

Viktor Ullmann murió en Auschwitz el 17 de octubre de 1944. La última obra compuesta por Ullmann en el campo se titula Séptima sonata. Se la dedicó a sus hijos Max, Jean y Felice. La fechó el 22 de agosto de 1944. Luego, siguiendo la reflexión de Karel Frohlich, Viktor Ullmann escribió en el pie de la primera página un copyright sarcástico. Existe un humor último. El humor último es el lenguaje en el instante en que supera su propio límite.“Los derechos de ejecución quedan reservados para el compositor hasta su muerte.

El domingo 19 de noviembre en el Zócalo, México, DF., el día séptimo de la semana, al efectuarse un acto político de la Convención Nacional Democrática, a las 11,45 horas comenzó a hacer uso del micrófono la senadora Rosario Ibarra de Piedra para exponer sus puntos de vista, los de esa agrupación, respecto de los derechos humanos y su situación en el país. Al iniciar su intervención se vio compelida a elevar el tono de voz pues las campanas de la Catedral repicaban -¿replicaban?- con tal intensidad, cadencia, tono y duración que ni siquiera ella misma lograba escuchar su voz –cfr.: su testimonio en el noticiero radial de Carmen Aristegui del día 19/11/2007. Allí apareció el componente absoluto del sonido, el sonido celestial de las campanas obturaba saturando de sonidos los oídos de los asistentes. Ese repique, ese "replique" no pasó, no podía pasar desapercibido a los asistentes de ese día domingo en el Zócalo, no en la Alameda; domingo, el único día de semana en que Dios descansa de acuerdo al relato bíblico de la creación del mundo – el cineasta Carlos Saura en El séptimo día. Las cosas que ocurren cuando Dios descansa, filmó una matanza ocurrida en un pueblo de creyentes de España. El descanso de Dios dejó el sonido en manos de los hombres del campanario. Conviene recordar que tocar las campanas no se hace sin el arte del sonido musical, no cualquiera las toca y no se tocan de cualquier manera como lo revelan sus efectos, en particular, éste domingo en el Zócalo.

Una porción de los asistentes aturdidos por el sonido e impedidos de cerrar sus oídos se presentaron en la Catedral, ingresaron a la misma sin solicitar permiso, arremetiendo contra aquello que molestará su circulación e increpando a las autoridades de la Iglesia por el inusual tiempo de permanencia del repique de las campanas. El lector notará que ellos actuaban conducidos por el sonido, el mismo sonido de las campanas que se instaló en sus oídos y en del resto de los asistentes, durante casi 15 minutos sin pedir permiso a nadie y a ninguno de los oídos allí presentes. La voz del sonido es obscena y no por nada el componente sonoro es una parte importante de las solicitudes obscenas que el superyó desata sobre tal o cual ciudadano. El absoluto del sonido se confirma en un hecho, el oído es el anagrama del odio, el odio causado por un sonido al que no se puede dejar de prestar oído.

Las autoridades de la Catedral replican, ¿duplican?, elevan la apuesta y toman una postura, anuncian el cierre de la Catedral hasta tanto no haya condiciones, dicen ellos, de seguridad, para los feligreses y los oficiantes del culto. Ese anuncio lo llevó a cabo el Consejo Episcopal de la Arquidiócesis de México. Ese organismo aduce la “profanación” de un lugar “sagrado”, ignorando que no pocos de los asistentes a la Convención, y quizás una mayoría de quienes irrumpieron en la Catedral, eran y son católicos practicantes. El abogado de esa comisión o de la Catedral ubica a Rosario Ibarra de Piedra como la "autora intelectual" de los acontecimientos pues "su decir" sería la causa que organizó a esas personas ensordecidas y molestas por tanto ruido -testimonio del abogado en el noticiero arriba citado. Allí en la acusación se juega una cuestión de sonidos, más bien de sonido: el abogado indica que Rosario I. de Piedra dijo “habría que investigar” y a renglón seguido una cierta cantidad de creyentes salieron a cumplir el mandato de esa voz, mientras que en la grabación, la senadora se preguntaba “¿Sera que las campanas de la Catedral también saludan a la Convención o se trata de acallar las voces aquí reunidas? ¿Habrá que investigar?” Una ironia causada por un sonido que estabá antes de la ironia y que continuaba más allá de la ironia; esa ironia era un intento de hacer algo ante un sonido.

Es necesario anotar que al cerrar la Catedral Metropolitana la Iglesia y su jerarquía no puede desconocer un hecho teológico: cerrar el templo implica dejar a los creyentes sin la mediación del cuerpo de la iglesia ante Dios, un templo es parte de ese cuerpo, y por ende, cada uno de ellos -muchos o pocos- "deberán", "deberían", "¡deben!”;”..." tomar en sus manos esa relación y desprenderse del impedimento que lleva al cierre del templo. Bien, ¿es o no casualidad, que eso sea semejante –y quizás igual- a la acción que la jerarquía católica mexicana efectuó a través de su Comité Episcopal Mexicano el 25 de julio de 1926? quien en una carta pública declaró lo siguiente:

Su santidad Pio XI, profundamente conmovido por la persecución religiosa que desde hace algún tiempo se viene ejerciendo contra el pueblo mexicano, y que ha comenzado aún antes de las brutales medidas recientemente aceptadas (Reglamento del presidente Calles sobre la laicidad de la enseñanza en las escuelas confesionales -23/07/1926)"

Luego, el Comité basado en una formula del derecho romano, una ley que no es justa no es una ley, y por lo tanto no ha de respetarse como tal, deriva de ese precepto latino, la no existencia de leyes, extrajo un acto conclusivo, subrayo, un acto conclusivo:

Colocados en la imposibilidad de ejercer nuestro sagrado ministerio sometido a las prescripciones de ese decretación,..., ordenamos a partir del 31 de julio del año en curso, y hasta nueva orden, todo acto de culto público que exija la intervención de un sacerdote quede suspendido en todas las iglesias de la República...Dejamos las Iglesias confiadas a los fieles (Cfr. :Jean Meyer, historiador católico, en La Cristiada 2.- El conflicto entre la Iglesia y el Estado, 1926-1929, Siglo XXI, México, 13 ed.,1994, pp.263-273)-

Hoy se sabe que ese "acto conclusivo" fue parte del detonador de la guerra cristera, pues debido a su carácter performativo, los creyentes, sin mediación “debían” defender, no a la Iglesia, sino a Dios, en ese caso a Jesucristo a quien consideraban ofendido. el representante legal de la Catedral Metropolitana procede a una operación semejante al acusar de autora intelectual a la senadora doña Rosario Ibarra de Piedra, procedía de la misma manera pues en ningún momento tomó nota del sonido, del sonido musical autoritario del "repique" o "replique" de las campanas de Catedral durante 12 minutos –según el periódico La Jornada (19/11/2007), para otros asistentes fue de alrededor de 15 minutos el desconcierto del campanario. Es decir, esa "causa" a cargo de la Iglesia se la intenta borrar, disminuir, ocultar,.... Y entonces se abren los causes para decretar que los "locos", los "suicidas", los "enajenados mentales", los “violentos", los “infiltrados” pertenecientes a los creyentes que estaban en la Convención Nacional Democrática sin causa alguna atacaron a la Iglesia. Decimos “creyentes” al conjunto de los participantes pues sólo los tenues hilos de la creencia en una salida política a las dificultades de la polis permiten a esos ciudadanos seguir a la búsqueda o construcción de un camino para que sus voces cuenten o, por lo menos, se lleguen a escuchar.

El abogado de la Catedral para acusar pone en juego una teoría de la articulación entre una causa y sus efectos: como la senadora habría dicho lo que él dice que dijo, entonces un grupo “profanó” un lugar “sagrado”; su teoría que no es lejana a las variadas formas del complot, nos permite seguir un hilo trágico y darle sonido para que, quizás sea factible escucharlo. En forma retórica nos apoyamos en la teoría del caos, allí un suceso imprevisible, por ejemplo, una simple declaración provoca un evento aparentemente inconexo, que a su vez es posible que provoque uno más y otro. Un simple aleteo de una mariposa puede ocasionar un huracán –Cfr.: Teoría del caos, José Luis M. Trigos, guión: Ana Inés Urrutia, FisiComics, Unam, 2005, DF.

¿A qué viene esta convocatoria retórica a la teoría del caos? Viene a cuento por la puesta en juego, ese día domingo, de una red tórica. El toro es una dona que articula el exterior y el interior de un espacio de singular manera, por ejemplo, no están separados, sino que ciertas trayectorias en esa superficie tórica colocan exterior/interior en continuidad. Añadimos que convendría tomar nota de un hecho: el repique y el replique de esas campanas tienden a magnificarse, son amplificados, son ampliados por los medios masivos llamados de comunicación, para qué y con qué propósitos, no se lo puede indicar, sólo se subraya esa operación de amplificación. Si fue para tapar, ocultar, censurar, silenciar las voces escuchadas en el Zócalo eso está fuera de nuestro alcance por ahora y dependerá de los puntos de vista en juego, sólo constatamos que se llevó a cabo una ampliación. Si esas voces fuesen tan débiles ¿para se requiere tanto ruido amplificado? En ese contexto, recurrimos al aleteo de una mariposa, ocurrido en el curso de la madrugada del domingo, ese aleteo anuncia quizás un horizonte trágico, se trata de lo siguiente: el cabeceo o el cabezal de la primera plana del periódico Milenio del domingo 18/11/2007: AMLO es un lastre -declara Roger Bartra-para la izquierda mexicana Lamento indicar que un "lastre" suele ser algo para desprender o arrojar o para quitarse de encima de cualquier manera en ciertas circunstancias ¿Qué anunció esa primera plana? Ahora si adquiere una precisión literal formular la siguiente pregunta ¿A qué objetivo u objeto "apunta" el repique, el replique y su amplificación mediática de las campanas de Catedral? ¿Se apunta a AMLO? ¿Se apunta también a una película que resulta para algunos sectores digna de ser callada "de cualquier manera"- frase ya empleada y método ya propuesto por el intelectual, Jorge G. Castañeda?

Si así fuese, muchos elementos convocan, seducen, para efectuar una rápida interpretación de confirmación de tal hipótesis, y por ende conviene detenerse, si así fuese, aceptando sin conceder o convalidar un supuesto complot, convendría tomar nota de un elemento del lenguaje: un "lastre" también es una pieza de importancia que permite sostener algunos equilibrios, provisorios o permanentes; un barco contiene un "lastre", por ejemplo, el país es un barco donde estamos cada uno de los que vivimos en él, ocupemos el camarote o la clase que sea, entonces el lastre permite mantener el barco a flote y le permite navegar haciendo frente a las tormentas que el movimiento desata entre las diversas clases del barco , es decir, el "lastre" permite y da lugar a las tensiones sin tener que aturdirlas o callarlas con la voz del amo absoluto de un sonido insoportable ¿O no? Jacques Lacan, un psicoanalista, no dejaba de subrayar que la política es inconsciente y no por eso muchos menos eficaz y quizás hasta destructiva para con la política misma.

martes, noviembre 06, 2007

EN LA BIBLIOTECA DEL "PADRE" : INTERROGANTES PARA LA "CULTURA"

(El presente texto ha sido tomado de la publicación en internet: "La Mosca Cojonera" Publicación que tiene como subtítulo la siguiente frase, cuyo autor era un cercano crítico del psicoanálisis inventado por Freud: "Crítica y de nuevo Crítica...Detesto y he detestado esa falsa y trucada décadence, que coquetea eternamente consigo misma...(Karl Kraus)"
Este texto permite interrogar la crítica trivial -y de tono aristocrático- de imputar a tal o cual personaje "incultura" o "falta de lectura", amén de abrir una pregunta crucial ¿Cómo se artícula el acceso a lo que se llama "cultura" desde el siglo de Las Luces, y luego, llevar a cabo ciertas atrocidades como las que cometió José Stalin, y otros? ¿Estaban esas actividades al margen de esa "cultura"? Quizás, la orda primitiva descripta por Freud -Totém y tábu...-no carecía de "cultura" ¿Era esa su "cultura"? Stalín, personaje apodado de manera cariñosa: "Padrecito", es decir José Stalín presentó y desplegó una figura de ejercicio de la función paterna)

Stalin en la biblioteca

¿Es necesario vigilar las lecturas de los dictadores? Habitualmente se les exige no confesarlas. Esto es en cierto sentido perjudicial, pues el conocimiento primero de que leen y en segundo lugar qué es lo que leen facilitaría a menudo explicarnos lo que dicen y hacen. A veces un capricho sorprendente, un guiño en un discurso, un dejo retórico conocido, un acento ideológico nos hace sospechar que, sin prevenir, está retomando la palabra de otro. Al ser transpuesta, transmutada, la lectura se convierte en un eco quebrado, en un enigma indescifrable. El enigma de la fórmulas sólo puede despejarse si conocemos la materia de la piedra filosofal. Tenemos varios prejuicios a la hora de imaginarnos a los dictadores en pantuflas tomando un libro de la biblioteca y gozando de lectura profunda. El primero es que como mecanismo de reducción de la disonancia que se produce en nuestras mentes, es mejor engañarnos y sostener que los dictadores más déspotas, totalitarios y sangrientos son incultos o ágrafos. Nos da la tranquilidad bien pensante que las dictaduras son abortos antinaturales de la sociedad, desviaciones históricas o dérapages aberrantes. En segundo lugar para nuestra ideología humanista occidental es impensable que un dictador (o cualquier asesino político de masas) sea una persona culta y erudita: como en el caso de los nazis tendemos a creer que la alta cultura es un antídoto absoluto contra la barbarie. Los monstruos no leen. En realidad una hipoteca no reconocida del iluminismo tardío. La barbarie repudia la cultura y viceversa. Pero nada es más falso. No podemos creer que Hitler era un gran lector, que devoraba de niño las novelas de aventuras de Karl May “a la luz de una vela”, que a los quince años escribía obras de teatro, que era considerado por sus vecinos una rata de biblioteca o que su único equipaje al llegar a Viena eran cuatro cajas llenas de libros. Un amigo íntimo de Hitler de aquella época romántica, August Kubizek, no podía imaginar a su amigo sin libros: “Los libros eran su mundo”. Hitler había sido socio de tres bibliotecas en su Linz natal (pagando una suscripción bastante alta para la época) y era usuario habitual en la impresionante Hofbibliothek de Viena. En su habitación de Stumpergasse 29, segundo piso, puerta 17 los libros se acumulaban por el piso en filas verticales. Era un asiduo lector de Schopenhauer y, por supuesto, Nietzsche. La hermana de Hitler, Paula, recordaba que siempre le recomendaba libros y que incluso le había enviado un ejemplar del Quijote de la Mancha. En “Mein Kampf” confesaba “he procurado leer de la forma correcta desde mi primera juventud y me he visto felizmente apoyado en esta conducta por mi memoria e inteligencia”. Mussolini, debajo de su disfraz de tosco italiano arquetípico, latía un lector voraz y un intelectual erudito. “Il Duce” había sido líder juvenil socialista (admirado por Gramsci), ex director del principal diario del Partido Socialista Italiano “Avanti!”, gran lector de Marx (“el más grande de los teóricos socialistas”), de Lasalle y Labriola, de los socialistas franceses neo jacobinos como Jaurés y Guesde, la nueva sociología de Michels y Pareto, Schopenhauer, Nietzsche, Bergson, anarquistas como Faure y Sorel, además del nuevo marxismo crítico de Rosa Luxemburg. ¿Y Stalin?
Distorsionando un famoso aforismo filosófico se podría afirmar que “Soy lo que leo”. Si de alguna manera el estilo es el hombre, también lo es por sus lecturas. Para conocer a un personaje bastaría hipotéticamente con espiar de reojo los libros que le rodean, pero ¿valdría este método para los dictadores? ¿Habría que vigilar las lecturas, no sólo de los filósofos, sino de los hombres con poder absoluto? ¿Tendría alguna utilidad político-arqueológica? En la Unión Soviética existió un tiempo donde el nombre de Stalin se había situado no sólo junto al de Lenin, sino al de Engels y Marx. Stalin era una de las fuentes seminales y autorizadas del ya maduro pensamiento comunista. Además era un intérprete autorizado del sentido histórico y universal de la doctrina bolchevique. Se editaron sus obras completas en dieciséis volúmenes bajo el prestigio y la cobertura filológica del Instituto Marx-Engels-Lenin de Moscú. Se imprimieron trece hasta el día de su muerte. Se tradujeron en casi todos los idiomas importantes. Sin embargo ha sido habitual entre los enemigos faccionales y detractores de Stalin (una contra hagiografía inaugurada por Trotski: “no es un filósofo, ni un escritor, ni un orador”) hablar con desprecio de su talento como teórico, subestimar su talento literario. Como un mecanismo psicológico de reducción de disonancia es más fácil creer que un hombre gris, un profesional de la política, provinciano llano (“ignorante semi analfabeto”, le llama Souvarine), semiculto asiático, un mero vulgarizador de Lenin, una “mancha gris” fue el que torció la maravillosa alborada del socialismo nacida en octubre de 1917. Pero no sólo la literatura política subestima la dimensión intelectual de Stalin, sino incluso historiadores modernos (como Laqueur que afirma que como pensador fue mediocre y sus ideas carecieron de carisma, un “líder inverosímil”). Coincidimos con historiador moderno Robert Service: “Era un asesino de Estado mucho antes de instigar el Gran Terror. El hecho de que no se prestara atención a sus inclinaciones parece inexplicable a menos que se tenga en cuenta la complejidad del hombre y del político oculto detrás de «la borrosa figura gris» que ofrecía a una multitud de observadores. Stalin fue un asesino. Fue también un intelectual, un administrador, un estadista y un líder político; fue escritor, editor y estadista. En privado fue, a su modo, un marido y padre tan atento como malhumorado. Pero estaba enfermo de cuerpo y de mente. Tenía muchas cualidades y utilizó su inteligencia para desempeñar el papel que pensó que se ajustaba a sus intereses en un momento dado. Desconcertaba, aterrorizaba, enfurecía, atraía y cautivaba a sus contemporáneos. La mayoría de los hombres y mujeres de su época subestimaron a Stalin. Es tarea del historiador examinar sus complejidades y sugerir el modo de entender mejor su vida y su época”.
En relación con Stalin, “el hombre que se expresaba con gruñidos” (Trotski) nos resulta dificultoso ahondar en su faceta como lector, estudioso e intelectual, no existe un archivo comparable al de Lenin o Mussolini, ni tampoco será posible reconstruirlo en el futuro, ya que una parte importante de sus papeles fueron destruidos deliberadamente por sus herederos, incluidos sus objetos personales. Como Stalin se legitimaba políticamente considerándose a sí mismo como fiel continuador del leninismo, todos aquellos documentos o actividades autónomas del propio Stalin fueron ocultados, silenciados o eliminados físicamente. La idea de que era un cero a la izquierda, la ideología doméstica de ser una mancha gris era vital para que su régimen fuera considerado a los ojos de las masas un apéndice natural de las enseñanzas eternas de Lenin. Que consideremos a Stalin un vulgarizador, un campesino georgiano semiculto es otra de las grandes victorias de Stalin sobre la posteridad. Ocultar que Stalin era un erudito, con ideas independientes y originales de Lenin, fue una razón de estado. Stalin sabía jugar ese juego, cuando el mediocre biógrafo Emil Ludwig le preguntó si se consideraba un heredero del zar Pedro El Grande, Stalin simplemente le contestó: “soy simplemente un discípulo de Lenin”.
Cuando los archivos secretos del Partido Comunista de la URSS y del estado soviético comenzaron a hacerse accesibles en 1989 (proceso que se aceleró después del colapso y que se detuvo con la ascensión de Putin) los historiadores descubrieron una verdadera cueva de Alí Babá. Se presentó una oportunidad única para arrojar luz sobre todos los aspectos de la experiencia soviética, sobre sus líderes y sus víctimas, explicaciones sobre sucesos que aun forman parte de nuestra memoria viva. Con los archivos y manuscritos de Stalin la NKVD (luego MVD) realizó un trabajo prolijo de destrucción y dispersión. De esta labor no se salvó su enorme biblioteca personal. Hasta 1918 Stalin no tuvo domicilio fijo, luego vivió en el Kremlin en un piso muy estrecho y luego a la llegada de su hijo Yakov se mudó a otro más espacioso. Es en este apartamento donde puede vérsele leyendo ( debajo de un enorme retrato de Marx)y fue allí donde empezó a reunir una gran cantidad de libros y su propia hemeroteca. La mayoría de sus visitantes se quedaban sorprendidos de la amplitud y tamaño de su biblioteca. Su piso era, según una bibliotecaria del Instituto Marx-Engels-Lenin llamada Zolotujina “una suite de habitaciones abovedadas con una escalera de caracol que conducía al estudio de Stalin…la biblioteca se amuebló con gran cantidad de estantes pasados de moda que se llenaban con libros de todo tipo. Todos los escritores consideraban muy importante enviar sus libros al dirigente y normalmente incluían una dedicatoria personal”.
A partir de 1932 hasta su muerte en 1953 vivió y trabajó mucho tiempo en su residencia campestre en la afueras de Moscú, en la dacha blizhnaya (cercana, en ruso) de Kuntsevo. Especialmente diseñada para Stalin, la dacha tenía alrededor de veinte habitaciones, un invernadero y un solárium, además incorporaba un importante alojamiento auxiliar para la guardia pretoriana de la NKVD (300 soldados) y el servicio doméstico. Tenía un despacho, pero si hacía falta trabajaba en otras habitaciones. Su hija, Svetlana, recuerda que “mi padre habitaba en una sola habitación que le servía para todo. Dormía sobre un diván. Una gran mesa de comedor estaba atestada de papeles, periódicos y libros. En el extremo de esa misma mesa se le servía la comida, cuando comía solo. Una gran alfombra mullida y una chimenea eran los únicos objetos de lujo y de confort de que disfrutaba mi padre…”. La dacha tiene toda una historia simbólica en la historia rusa. Sus orígenes son aristocráticos: “dacha” en ruso significa “algo que ha sido otorgado” y al costumbre se inició en el siglo XVIII cuando Pedro El Grande otorgaba lotes de tierra a sus nobles más fieles en el camino a San Petersburg (donde se había construido su residencia de verano en Peterhof) con la obligación de construir hermosos chales de campo que debían poseer jardín y construcción de material durable. Pero este fenómeno burgués del período tardío del imperio zarista se impuso como moda en la pequeña burguesía rusa de las ciudades, lifestyle que se mantuvo entre los cuadros bolcheviques sin interrupciones. La nomenclatura adoraba las dachas. En la época soviética, dada la vida peligrosa, miserable y sucia en las ciudades, se hizo atractivo para los apparatchikis del partido irse a los extrarradios en dachas expropiadas. Lentamente se transformaron en una gratificación para los burócratas más fieles y las élites culturales (el film “Utomlyonnye solntsem” de 1994, dirigido por Nikita Mikhalkov nos presenta la vida de un cuadro militar en una típica dacha en la década de los años ’30). Stalin desplazó allí una gran parte de su biblioteca personal, la que ubicó en un edificio aparte. Únicamente trabajaba en su oficina del Kremlin por las tardes; tras estudiar los documentos oficiales, ocupaba las horas restantes recibiendo a la gente que había citado, celebrando reuniones y discutiendo asuntos del partido. En la dacha Stalin se sentía más íntimo, mantenía conversaciones confidenciales, leía el correo y, lo que nos interesa, leía profusamente, escribía y redactaba cartas. Había copiado el método epistolar de Lenin: escribir un gran número de cartas y notas a mano en las que se dan órdenes y directrices, sin copia y entregadas al destinatario a través de un mensajero especial asignado por la policía política, la Cheka. No sólo: era además poeta, autor y editor de libros, censor riguroso y crítico de obras de teatro, películas, música y arte en general. Tan insomne como el sonámbulo Hitler, Stalin solía tener varios libros en su mesita de noche y los leía u hojeaba hasta altas horas de la madrugada. Con un lápiz negro en mano realizaba subrayados, abundantes anotaciones y adenda en los márgenes. Escribía muchas reseñas de libros, revistas y de artículos periodísticos, todos sus textos eran gramaticalmente correctos y limpios. Stalin era sin dudas en secreto un hombre culto. Le irritaba profundamente encontrarse con errores tipográficos, ortográficos y gramaticales, que corregía minuciosamente con un lápiz rojo. En cuanto a su propia producción intelectual no utilizaba ni secretario ni copista, como le confesó al director del “Pravda” Shepilov “yo no utilizo taquígrafo nunca. No puedo trabajar con alguien merodeando por ahí”. Stalin escribía a mano, con claridad y siempre cuando estaba solo. Poseía cierto talento creativo, en el sentido de que creaba sus artículos de la nada, trabajándolo en un ritmo bastante lento y con frecuencia realizaba ajustes y correcciones en el producto final. Era fiel a una frase que gustaba de repetir: “El papel acepta todo lo que se escribe en él”. Sus manuscritos originales los guardaba en su famosa caja fuerte personal, de la que nadie tenía copia de su llave. Pocos de estos manuscritos se han encontrado: han desaparecido con todo lo demás. Stalin era muy ordenado, minucioso y obsesivo cuando preparaba las reuniones a las que asistía, allí también empleaba su oficio de lector y escritor: preparaba metódicamente en cuadernos de notas comentarios para las reuniones del Buró del Comité Central, con bosquejos de los asuntos a tratar, citas de libros y diarios, e incluso pequeñas biografías de sus eventuales oponentes. Según testigos, Stalin tenía una capacidad de lectura impresionante: leía u ojeaba un promedio de doscientos documentos diarios. Hasta la fecha no se sabe nada del destino de sus manuscritos y las anotaciones excepto que a su muerte quedaron en la dacha. Beria, entonces jefe de la NKVD, empaquetó todas las pertenencias, incluidos libros, muebles y la loza, en camiones hacia un depósito secreto de la policía política. Aunque se conservó un parte de la biblioteca personal, todos los manuscritos, cartas y otros documentos desaparecieron. En octubre de 1953 se nombró una comisión especial en el Instituto Marx-Engels-Lenin-Stalin (se añadió el nombre de Stalin justo después de su funeral) con el objeto de establecer sus obras completas y transformar la dacha en un museo. Por supuesto la parcial desestalinización detuvo en seco todos estos proyectos. Debido a la ideología del régimen Stalin puso un enorme interés en cómo se reflejaba su labor en la historia de la Unión Soviética y en especial en los años previos a la revolución (historia del partido bolchevique y la lucha de facciones) y en su relación con Lenin. Permitió a los historiadores utilizar material de su archivo y biblioteca, aunque únicamente a través de un permiso especial; incluso los ayudaba enviándole una gran cantidad de documentos, material supersensible que se guardaba en ficheros especiales lacrados, la mayoría originales (como el pacto Molotov-Ribbentrop de 1939).
Stalin siempre fue un gran aficionado a la lectura y a los libros. Ya en su infancia poco conocida sabemos que Stalin, entonces llamado “Soso” por su madre, era un alumno de gran memoria para lo concreto. Y que antes de ser conocido como revolucionario fue un poeta romántico (en el mejor estilo del joven Marx) que incluso llegó a intentar publicar su poemario. Algunos poemas fueron publicados con el seudónimo de “Soselo” cuando tenía diecisiete años. En su paso por la educación primaria devora la biblioteca de la escuela (cuidadosamente depurada por los jesuitas) e insatisfecho completa sus lecturas con obras no autorizadas de bibliotecas de la ciudad de Gori. A menudo se lo ve con un libro entre las manos, incluso en pleno verano. Ya en el seminario secundario de Tiflis es un curioso intelectual: un guardia le confisca un formulario de abono a la biblioteca municipal. El libro que había tomado prestado, “Les travailleurs de la mer” de Víctor Hugo, le cuesta un castigo en una celda. Antes había sido sorprendido leyendo “Quatrevingt-Treize”, también de Hugo. En estos textos se exalta la Convención revolucionaria y se realiza un retrato épico del ficticio revolucionario jacobino Gauvain. Al poco tiempo lo vuelven a castigar por leer la “Evolución literaria de las distintas naciones” de Letourneau. Es la misma época que descubre la novela georgiana nacionalista de Alexandr Kazbegui, “El Parricida”, cuyo héroe es su próximo apodo, Koba. Devora a Goethe y Shakespeare en traducción georgiana. Además por testimonios de compañeros de estudios sabemos que Stalin leía publicaciones prohibidas a grupos de estudiantes. Un día que un tal padre Dimitri entró en el cuarto de Stalin lo encontró leyendo “¿No ves quien está delante de ti?, preguntó el monje… No veo más que una mancha negra delante de mis ojos”. Soso fue finalmente expulsado del seminario. Los escritores al estilo Trotski que nos presentan a Stalin como un semi analfabeto campesino, ignoran que el seminario representaba una de las mejores instituciones educativas para las clases más bajas y que su currículum pedagógico incluía latín, griego, eslavo así como historia y literaturas universales. Ya en 1905, revolucionario convencido, Stalin comienza a escribir profusamente con su estilo definitivo, haciendo exégesis y utilizando fórmulas cuasi religiosas: “sólo el proletariado puede llevarnos a la Tierra prometida”, “el Gobierno ha pisoteado y ha escarnecido nuestra dignidad humana, lo más sagrado de lo sagrado”. Usa el método del catecismo: preguntas y respuestas: “¿Podéis impedir que salga el Sol? ¡Esta es la cuestión!”. Y utiliza expresiones que no abandonará: “como es sabido”, “como cada uno sabe”, “es evidente”. En conceptos claves usará para siempre las cursivas. Sus lecturas y puntos de vista lo hacen un bolchevique no leninista en un principio. En su derrotero de exilio y cárcel siempre se afilia a bibliotecas municipales y se suscribe a periódicos y revistas. Stalin, contra la historiografía filo trotskista, tiene autonomía teórica suficiente para enfrentarse al semidiós Lenin en tres momentos claves. Primero en el Congreso de Estocolmo de 1906 discrepó en la cuestión agraria (Lenin era partidario de la “nacionalización” de la tierra; Plejanov y los mencheviques por la “municipalización”; la tercera posición era la de los bolcheviques no leninistas rechazaban ambas posiciones y se definían por el “reparto de las tierras”), cuestión en la que ganó Stalin y que luego fue confirmada por los hechos en octubre de 1917; fue en el mismo congreso donde recitó entero un poema del radical Nikolay Alexeyevich Nekrasov. Segundo al esquemático Lenín filósofo y su libro “Materialismo y Empiriocriticismo” (1909), un ataque teórico-político a la facción bolchevique de Alexander Aleksandrovich Bogdanov y Maxim Gorki; Stalin califica la intervención como dogmática, bizantina “una tempestad en un vaso de agua”, que su concepción del materialismo es pre-marxista y que detrás de supuestas discrepancias filosóficas sólo hay una pelea de egos. Su última oposición es a la caracterización de Lenin de la revolución de febrero de 1917 y las famosas “Tesis de Abril” en 1917. Stalin, como director del “Pravda” en esa época, rechazo y censuró muchos artículos de Lenin enviados desde su exilio en Suiza. Recordemos que en su mejor trabajo teórico, “El marxismo y la cuestión nacional” (1913), Stalin construye un texto convincente, muy bien escrito, con fuentes en idioma alemán y bien informado de los problemas de las nacionalidades en la Europa Central. En 1918 se le entrega su primer apartamento en el Kremlin, donde pudo empezar a acumular su propia colección de libros, que al final de su vida alcanzó los treinta mil volúmenes. Sabemos que en 1925, en plena lucha de facciones, Stalin encarga a su secretario personal, Iván Tovstuja, que clasifique y complete su biblioteca personal, y con este propósito diseña un esquema de clasificación por temas. Así define treinta y dos secciones, a la cabeza de las cuales figuran la filosofía, la psicología, la sociología y la economía política; no es tonto: “Lenin y el Leninismo” ocupan una paupérrima vigésimo tercera posición. Manda colocar aparte la literatura de los exiliados y autores ligados a la Guardia Blanca, a Marx, Engels, Kautsky, Plejanov, Trotski, Bujarin, Zinoviev, Kamenev, Lafargue, Luxemburg y Radek. Varios de estos ejemplares profusamente anotados por el lacónico Stalin. Por ejemplo en el libro de Karl Kautsky “Terrorismo y Comunismo” (1919), crítico tanto de la dictadura del partido único como del estado de sitio y la pena de muerte, en el párrafo donde dice que “los líderes del proletariado han comenzado a recurrir a las medidas extremas, a medidas sangrientas, al Terror” Stalin remarca con un círculo éste párrafo y escribe “¡Ja, Ja, Ja!”. En la respuesta bolchevique a Kautsky, el libro de Trotski “Terrorismo y Comunismo. Anti-Kautsky” (1920), cuando se exalta la necesidad y la justicia de la violencia proletaria soviética “la revolución exige que la clase revolucionaria haga uso de todos los medios posibles para alcanzar sus fines… el terrorismo si es preciso” Stalin agrega una entusiasta nota. “¡Correcto! Bien dicho, así es”. También sabemos que por esa época inicia cursos de filosofía y lógica con un discípulo de Bujarin. Cuando se mudó después del suicidio de su segunda esposa una gran parte de esta biblioteca se fue con él, se ubicó los libros en estanterías corrientes y se hizo cargo de su funcionamiento un bibliotecario diplomado. Según la bibliotecaria Zolotujina “la única habitación agradable era la biblioteca, donde la sensación era acogedora… los libros estaban almacenados en un edifico contiguo y se le entregaban a Stalin de acuerdo con sus instrucciones”.
Todos los líderes bolcheviques de la vieja generación se hicieron, por las expropiaciones y confiscaciones, con bibliotecas considerables (los mejores provistos habían sido Trotski, Bujarin, Zinoviev, Kamenev, Molotov, Kirov y Zhdanov). Los emigrados, fusilados y encarcelados entregaban al estado su biblioteca que se almacenaban en locales donde los bibliotecarios estatales podían escoger los ejemplares que necesitaran. Durante los años ’20 con la creciente dictadura del partido único y la creciente censura (el único período en el que no hubo censura fue entre febrero y octubre de 1917) se estableció una nueva práctica llamada eufemísticamente “la entrega” (raznoska). Consistía en entregar ejemplares por adelantado de todos los libros para que se distribuyeran entre los altos cargos del Partido, miembros del Comité Central y funcionarios destacados. Cada editor poseía una lista de cargos públicos claves a quienes tenía la obligación de enviar ejemplares antes de que se vendieran al lector. Se trataba de un tipo de censura especial añadida. El destinatario podía guardar el libro o devolverlo al editor con notas, sugerencias y comentarios críticos. En caso de no devolverse el editor podía suponer que la Nomenclatura no se oponía a su publicación o que le resultaba indiferente. Naturalmente Stalin también recibía ejemplares por adelantado de la mayoría de las editoriales, especialmente en su área de interés: política, economía, historia y arte. Pero lo que más impresiona es que Stalin, como en su juventud, estaba obsesionado por la literatura rusa, en especial por Alexandr Pushkin. En su biblioteca había gran variedad de libros sobre él, todos publicados durante el período soviético, viejas ediciones sueltas además de unos cuantos ejemplares tenían sobrecubiertas de librerías de segunda mano. También le interesaban las obras sobre Pedro El Grande e Iván El Terrible. Poseía libros en alemán, idioma que estudió de joven pero que nunca dominó y leía toda la literatura en ruso de los exiliados, incluyendo las célebres biografías de Voroshilov y otros mariscales militares escritas por Roman Gul. Ya en la posguerra empezó a interesarse por los libros y revistas de arquitectura, lo que debía estar relacionado con la construcción de grandes edificios utópicos en Moscú. Por supuesto, Stalin poseía todas las ediciones de Marx y Engels, tanto la Werke como la primera edición completa inconclusa, la MEGA, emprendida por el ejecutado David Riazanov; todas las ediciones de Lenin que se habían publicado desde 1917. Gracias a sus adendas continuas y subrayados sabemos que leía a Lenin con total dedicación. Tenía la colección completa de las ediciones del renegado Karl Kautsky y del águila Rosa Luxemburg, así como de la mayoría de los escritores de izquierda alemanes. Por supuesto su biblioteca contaba con todas las obras de sus rivales políticos de mayor envergadura: Trotski, Bujarin, Kamenev, Radek… De los clásicos de la filosofía política poseía un ejemplar anotado de “El Príncipe” de Maquiavelo. Stalin poseía un talento excepcional para la lectura rápida, amén de una memoria, reconocida hasta por sus enemigos, prodigiosa. Durante los conflictivos años ’20 escogía, a través del servicio de la biblioteca del Kremlin, una media anual de quinientos libros que leía u ojeaba. Incluso durante la guerra, en 1940, se las ingenió para leer el primer tomo de la edición rusa de las obras escogidas de Bismarck, haciendo una serie de correcciones y comentarios en los márgenes del prólogo. Se tuvo que postergar la publicación para que se pudiera reescribir el prólogo y añadir la revisión de Stalin. La mayoría de los libros llevaba un ex libris que decía lacónicamente “Biblioteca de Stalin”, y se estamparon alrededor de cinco mil quinientos volúmenes de este modo. Pero muchas ediciones de clásicos rusos y extranjeros, al igual que libros de economía, ciencia y arte, nunca se sellaban y normalmente no tenían nada anotado de su mano. Actualmente de su biblioteca original sólo quedan en el archivo del RTsKhIDNI (Centro Ruso para la Conservación y Estudio de Documentos de la Historia Reciente), ahora llamado Archivo Estatal Ruso de Historia Sociopolítica (RGASPI), exactamente 391 libros que contienen apuntes, comentarios, subrayados y correcciones de Stalin. La única prueba de la erudición que nos queda de Yósif Vissariónovich Dzhugashvili.
Una última anécdota literaria. Una noche de 1948 un vehículo de la Seguridad recoge en su domicilio al poeta Arseni Tarkovski, padre del director de Andrei Rublov. Se lo lleva a la sede del Comité central. Allí Alexander Nikolayevich Shelepin, secretario de las Juventudes Comunistas (futuro jefe de la KGB bajo Brezhnev) le explica que con motivo de la celebración del setenta cumpleaños de Stalin se ha tomado la decisión de estado de publicar en ruso los poemas románticos de su juventud. Como estaban escritos originalmente en georgiano se le concede el enorme honor de traducirlos. En el acto le entrega una cartera de cuero que contienen los precisos escritos de puño y letra de Stalin. Ya Lavrentiy Pavlovich Beria había consultado para la traducción a Boris Leonidovich Pasternak. Al llegar a la fecha prevista Tarkovski no ha podido traducir más que los cuatro primeros versos del primer poema. Cuando vuelven a buscarlo está desesperado. Shelepin le introduce en su despacho, cambia su ánimo cuando le informa “con la modestia que le caracteriza, el camarada Stalin ha vetado nuestra decisión”. Le pagan una suma astronómica para la época por su pizca de traducción quién luego recordó: “Eran unos versos absolutamente aceptables, muy correctos, inocentes. Nada de lucha de clases, nada de desigualdades sociales. Hablaba de flores y de pajaritos”. Un año después Stalin realizaba una confesión a un amigo sobre su vocación de poeta perdida: “Perdí interés en la escritura poética porque requiere una atención completa, un infierno colmado de paciencia…en esa época era un tiro al aire”.