miércoles, diciembre 31, 2008

Madoff, operación en cubierta: Creencia, economía, “objetividad”, expertos. Alberto Sladogna, analista

Madoff, operación en cubierta: Creencia, economía, “objetividad”, "expertos". Alberto Sladogna, analista

Tendrá consecuencias clínico doctrinarias que a Lacan se le haya ocurrido sostener el 26/02/1977- en el curso de “El fracaso del Un-desliz es el amor. A la manera del seminario oral de Jacques Lacan, 1976/1977, Artefactos, México, 2008- sostener allí que nuestra práctica “es una estafa”, luego añade, una estafa con efectos ¿Podría existir una estafa sin ellos? Quizás solo al final de la estafa, eso –su ausencia de efectos- aparecería, habrá que estudiarlo. Para seguir ese interrogante tomaré una situación de actualidad, una situación cercana una estafa bajo la forma de un fraude.

Bernard L.Madoff, profesor de natación y nadador en New York, EEUU, salto a la escena mundial: una nueva estrella del canal del deseo de más y más dinero, la economía. Maddof fue detenido el 12/12/2008 por una estafa, un fraude de 50 mil millones de dólares (otros dicen 100 mil millones).Ver la sencilla explicación de su método de altas finanzas en la siguiente dirección de internet:
http://es.youtube.com/watch?v=yUM7UYp65qc

Estimado lector, le propongo leer estas líneas con una pregunta ¿Por qué se pone tanto el acento en el “fraude de Madoff”? ¿En la “estafa de Madoff”? ¿Solito y su alma, él solo defraudo? Lanzo una hipótesis: Estamos ante una operación en cubierta. Una operación financiera que nunca estuvo oculta, siempre estuvo en cubierta, sólo hacía falta verla, leerla, tomarla allí donde estaba. ¿Qué es lo que quedo encubierto? No es un complot financiero, sino que quedó en la superficie la estructura de una actividad, por ejemplo, la economía, las finanzas, su estructura de ficción. Una ficción que tiene consecuencias materiales de diverso orden.

Se pretende con la persona de Bernard L. Madoff dejar en cubierta la estructura financiera, algo semejante muestra el texto de Víctor Hernández sobre el aumento de la luz (SDP, en nuevo formato online, 30/12/2008, http://www.elsenderodelpeje.com.mx) eso está allí, en la cubierta del recibo, no está en secreto o escondido. También lo muestra en ese mismo periódico Federico Arreola, los empresarios financieros, ya no industriales, de Monterrey participaron de la maquinaria de Madoff. Esos empresarios antes eran industriales, vendieron sus industrias y pasaron a la industria del dinero que fábrica dinero, las finanzas y las inversiones. Las inversiones financieras tienen un estructura formulada por Lacan, en la inversión cada quien recibe su propio mensaje invertido: ellos pusieron dinero recibían dinero y de pronto, a partir del 12/12/2008 sólo reciben dinero en su forma real: desecho.

Denunciar y cargar sólo las tintas sobre Madoff, es una cuestión jurídica pertinente, pero se la “emplea” para dejar cubierto al sistema; Madoff funciona topológicamente como la envoltura del regalo, a veces, es tan impresionante que no se ve qué envuelve –ver la topología de la envoltura, en particular, la practica con orientación zen en el Japón. Esa operación en cubierta es similar, quizás hasta la misma, que se efectúa cuando se descarga “todo” el peso de la barbarie sobre Hitler, dejando encubierto al sistema social del nacionalsocialismo.

Philip K. Dick, prolífico escritor y novelista estadounidense de ciencia ficción, escribió entre otras novelas “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”(1968), llevada al cine como “Blade Runner” (1982); ese escritor sostenía que los nazis ganaron la 2da. Guerra mundial debido a que su sistema fue adoptado por las sociedades más “avanzadas” de Occidente, sin campos de concentración muy visibles, sin cruces gamadas. No están ahora las cruces gamadas sin embargo los campos de concentración y la tortura ya están visibles y legalizados. Esta semana una hipótesis semejante apareció en boca de Salvador Borrego –autor de “Derrota mundial”- reconocido teórico nazi de 93 años, afincado en Jalisco, México. Él indica que:” ¿Por qué todavía siguen atacando a Hitler si murió hace más de 50 años”. Su “lógica” es imparable [sic, re sic, recontra sic]: si se sigue hablando de Hitler, es porque a pesar de que él murió, el sistema desplegado por Hitler está vigente entre nosotros. Una lamentable confirmación de sus “tesis” es que se intenta combatirlo mediante la censura y la prohibición de las actividades de Salvador Borrego, en efecto, así fue, según reveló Jacobo Zlabludovsky, la “Comunidad Israelita de México” habló con una de las organizadoras de la FIL y se cancelaron las actividades de este autor. Si se prohíbe o se censuran esas actividades y esos libros ¿cómo se puede estudiar aquello que podemos someter a crítica y rechazar? Gracias esa “prohibición” este personaje reunió a 210 personas para hablar de sus teorías. Lo prohibido se transforma en un atractivo (revista “Proceso”, 28/12/2008).

Veamos cómo esto se articula, sólo en un punto con el fraude o la estafa. Ese punto es la creencia en la “objetividad”, en la “cientificidad” y en las prácticas con alto grado mate matización, como la economía, en particular, las finanzas. Esa "objetividad" está basada, entre otras cosas, en la razón desplegada por René Descartes. Algunos seminarios de Jacques Lacan se prestan a la posición de que el análisis, desplegado por él, tenía un sostén en la formalización de la lógica e incluso en los empleos de las matemáticas, en la teoría de los conjuntos. No por nada Jacques Lacan fue objeto de críticas, paradójicamente fraudulentas, de parte de un científico Alan Sokal.

Sokal, físico estadounidense, profesor de la Universidad de New York, de 43 años, fue un ilustre desconocido fuera de esa disciplina, no sé si lo era en esa comunidad, se convirtió en una luminaria cuando demostró que prestigiosas revistas como “Social Text” era capaz de publicar un "delirante" artículo que combinaba terminología físico-matemática con estrafalarias extrapolaciones de las ciencias sociales, desató una ardiente polémica que puso en el banquillo de los acusados a la obra de los "popes" del posmodernismo y también a algunas “escuelas” psicoanalíticas lacanianas. Él se atrevió a “tomarles el pelo” a autores franceses como Jacques Lacan, Jean Baudrillard y Jean-Francois Lyotard, y otros, a propósito del uso "incorrecto", según decía el físico, que estos hicieron de términos y conceptos propios de las ciencias llamadas “duras." Luego con su colega belga Jacques Brigmont escribió “Imposturas intelectuales” ( Editorial Paídos, Buenos Aires) Sólo queda en el aire una pregunta, si Sokal muestra que Lacan y otros cometen una impostura al “abusar” de conceptos y elementos de las ciencias duras: ¿Qué lugar ocupa él en la impostura, él que sólo “se hizo famoso” (fuera de la física) al hacerse pasar “como si…” – o “en forma de…”- científico social estructuralista francés? ¿Él estaba al margen de eso? Estas preguntas surgieron hace unos años en México cuando abordamos el tema con Miguel F. Sosa, llamaba la atención que los "lacanianos" no decían nada de la posición de Sokal en la impostura y sólo se dedicaban a "críticarlo" como difamador.

Regresemos al tema de la estafa y del fraude. La pregunta es ¿Cómo se sostuvo Maddof por más de 15 años? ¿Y debido a qué circunstancias los “expertos” no lo detectaron? En el noticiero de CNN, el 29/12/08, a las 22hs., un “experto” declaraba ”Madoff se mantuvo pues lleva muchos años, a diferencia de tal compañía que recién tiene seis años en el mercado financiero” Estas preguntas sobre la capacidad convocar a los inversionistas no tienen respuestas sólo por la “ambición desmedida” –como si hubiese alguna con medida; por la torpeza o estupidez –como si hubiese alguna actividad humana que no tuviese algún de grado de ellas; por el sólo gran “genio” o “inteligencia” del estafador - baste ver la extendida practica de la pirámide en México para demostrar que ese “genio” es muy compartido. Hoy funcionan en México empresas de jugos, de cremas y de otras yerbas, son legales, son pirámides “religiosas” –ver el estudio la sociologa Gutiérrez Zúñiga del Colegio de Jalisco- y que dan grandiosas ganancias sólo al vértice, para el resto están las limosnas.

El estudio de Gutiérrez Zuñiga nos recuerda algo: se trata de una nueva forma de los complejos familiares, pues la pirámide de esas empresas se sostiene a partir de los lazos familiares. Entonces, analicemos

Sigmund Freud en 1886 escribió: “Mediante el estudio científico del hipnotismo -un campo de la neuropatología que fue preciso arrebatar por una parte a la incredulidad y por la otra al fraude-, [Charcot] llegó a una suerte de teoría sobre la sintomatología histérica, que tuvo el coraje de reconocer como real y objetiva para la mayor parte de los casos, sin por ello descuidar la cautela indispensable a causa de las falta de sinceridad de los enfermos.” Es decir, el hipnotismo y la creencia en su eficacia se sostienen por la histeria compartida; la histeria es una condición humana –hombre o mujer o bisexual o travesti o transgénero o asexuado o.,, La histeria es la condición de habitar el mundo del lenguaje, en ese mundo se habla, se dice, se practica y se viven los efectos de un “fraude” organizado gracias al lenguaje. Sin lenguaje no hay fraude posible; el lenguaje hace aparecer o convierte una pirámide en una inversión brillante y benéfica, gracias al lenguaje produce efectos materiales: ganancias y pérdidas. Las finanzas sin lenguaje no tienen existencia.

En 1905 Freud escribe en “El chiste y su relación con lo inconsciente”, que: “Entre las operaciones del chiste se cuenta la de reabrir fuentes cegadas del placer cómico, dentro de una analogía laxa puede llamarse chiste a todo artificio que saque a la luz una comicidad no palpable. Ahora bien, esto último es válido de preferencia para el desenmascaramiento, como también, para otros métodos de volver cómico algo o a alguien”. El chiste, su horizonte cómico no es ajeno al “fraude” y a la “estafa”, el caso de los empresarios de Monterrey desata risa, ellos que eran los “expertos” creyeron, sostuvieron, vivieron gracias al “método Madoff”, hoy reciben “Sopa de su propio chocolate”, sólo que los efectos los pagaran otros. El fraude, la estafa contiene elementos cómicos, gracias a ello, se vuelve un poco soportable tanta tragedia.

Jacques Lacan dio lugar en su seminario al estudió del “monedero falso” (19/01/1965) del lenguaje y sus consecuencias. En ese seminario se leen intervenciones que Lacan acogió “a la manera de Jacques Lacan”, por lo tanto son parte de sus seminarios Allí se recuerda unos versos de Virgilio: “El fraude del que toda conciencia siente remordimiento/ de que la buena fe no se rescata, / y al desconfiado de sorpresa toma”. Cada quien está mordido por el fraude, en la condición humana hay algo falseado, la subjetividad lleva esa marca. Se trataría de un fraude primigenio. Hay este “mor” de la mordida, “mor” es parte del amor. Adán dio la primera mordida, gracias a eso salimos del paraíso, esa mordida provocó la rotura de la razón del Edén, la mordida es un demonio en el Edén, gracias a ello comenzó la vida humana.

Entonces, toda conciencia está expuesta de entrada a su condición, lo está por ese fraude de origen. La “moneda falsa” –un fraude- es una imagen del origen, una imagen que muestra en cubierta su fraude oculto. Tomemos nota de que está intervención es retomada por Lacan en 1976/1977 cuando regresa al tema de la estafa del análisis, una esta poética.

Si tomamos una moneda, por ejemplo, un peso mexicano que tiene como referencia o sostén al dólar; ese peso se lo reconoce como verdadero; nombre y efigie son sus signos de verdad. En el seminario se insiste: “este poder de significar pertenece naturalmente a aquel que tiene autoridad para autentificar el signo”, es decir, al Estado. Recuerde lector que el Estado en los EEUU reconoció que autentificó las operaciones de Madoff y, atención, de otras pirámides similares que siguen operando. En México, en la TV de paga, sigue apareciendo publicidad de esas entidades financieras piramidales, por ejemplo, de la entidad financiera que sólo “llevan 6 años en el mercado” como indicaba el “experto” de la cadena CNN. El Estado sería el “culpable” si corrompió el signo. Sin embargo preguntamos ¿pero qué ocurre cuando el Estado lo autentifica, le otorga legalidad?

En primer lugar, la culpa desapareció, se esfumo. En principio, vivir sin culpa no está mal para nadie. Aquí no se trata sólo de la “culpa” del Estado, sino de una estructura nueva de la economía misma, del sistema socio-económico, político, moral, religioso, científico, subjetivo. En ese sistema la “culpa” de otros tiempos ha desaparecido o cambiado. Los financieros en su conjunto -y de las pirámides en particular- tienen claro la desaparición de la culpa: Madoff conoce, por ejemplo, que por su edad y pago de una multa tiene pocas posibilidades, por ejemplo, de ir a la cárcel.

Ya Hannah Arendt hizo notar que en la actualidad, a partir del campo de concentración del nazismo, el mal se hizo banal – Ver su texto: “La banalidad del mal”. Una consecuencia de esa “banalidad” es que la culpa como la estudió la clínica doctrinaria del análisis desapareció, se transformó, tomo otra estructura y cambio sus efectos .

El Estado es una cosa pública, suele ser presentada como un cuerpo: se dice “un cuerpo social”, se habla “del cuerpo de la Nación”, se escribe “el cuerpo del Estado…”. Entonces, una estafa efectuada gracias al lenguaje, tiene consecuencias materiales sobre los cuerpos de quienes vivimos bajo ese Estado y con ese sistema. Lacan en su seminario da lugar a lo siguiente “Los efectos que provoca sobre este cuerpo, la hinchazón desmesurada de las riquezas abusivas del príncipe [de los poderosos] conduce a imágenes de deformidad, el príncipe [los “poderosos”: Canales, Slim, Azcárraga, Salinas] es miembro de este cuerpo, se transforma en una especie de monstruo desmesuradamente inflado, inflado en detrimento del resto del cuerpo, es decir, de la comunidad. Resulta de esto una desproporción monstruosa para esta comunidad”.

La efigie y los signos legalizados del sistema financiero evocan el orden divino, divinidad que en otros regímenes salvaguardaba esa legalidad. Hoy, la divinidad laica del sistema social del capitalismo tiene una legalidad para el fraude. Cuando la moneda es falsificada la relación del signo con la materia es destruida, el valor se hace desecho, recupera su “naturaleza”: es un simple papel sin valor. El “oro” tiene valor no sólo por el material, sino porque el lenguaje le dio ese “valor”; en Mesoamérica ese valor lo tenía el “cacao”. Vaya coincidencia mientras Freud incluía en una serie de sustituciones simbólicas al excremento,en México los medios suelen escribir "escremento", el “cacao” lo contiene en su nombre.

El símbolo en el fraude es trastocado, tiene una imagen de integridad bajo la cual se anudan los abusos del fraude. El seminario de Lacan insiste “El fraude falsifica la verdad de la moneda y, al mismo tiempo, falsifica la moneda de la verdad”. Se podría sostener que la moneda de la verdad, en este caso, de una “inversión” financiera, es una cosa santa, intocable. Cuando se adultera el orden divino de la relación con el dios de las finanzas, la relación con el “poder” divino del dinero, muestra su lado oculto; no es nada, nada sostenía esa organización. Respecto de la tan mentada y traída frase de la “pérdida de los valores”, de “recuperar los valores” pertenecientes a un “orden natural” ¿Qué ocurre cuando se revela un orden nuevo que legaliza la creencia en la razón –cartesiana- del “valor”? La creencia en la razón muestra en la superficie, el componente de creencia que tiene esa razón. Este es el punto en cubierta y encubierto con el nombre “Bernard L Madoff”: una estructura, un sistema social, una astucia del capitalismo posmoderno, sistema que hizo suyas la estructura misma del nació-anal-socialismo, sistema donde estamos condenados a vivir. Además tiene un efecto de pilón: se revela la "banalidad" del "poder" de los "poderosos", ellos también perdieron su poder financiero: se convirtió en nada. El amo revela su vacuidad, su banalidad.

jueves, diciembre 25, 2008

martes, noviembre 25, 2008

Michael Foucault: Topología, Heterotopología, heterotopia, consecuencias analíticas

MICHEL FOUCAULT
TOPOLOGIAS
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Incluyo este texto en el blog, gracias al envío que efectuó Gloria Careaga, destacada militante del movimiento lesbico & Gay, en México y América Latina, a nivel académico y otros, ella anima un blog de debates e intercambio de artículos.
El texto pertenece a una transcripción que editará la revista Fractal, de México, DF, de una audición de radio. Además su temática y despliegue afecta de forma singular a la clínica doctrinaria del análisis, así como a su experiencia. Un elemento que los “partidarios” de que el “Psicoanálisis será foucaultiano o no será” (proposición de Jean Allouch), proposición que parece ser leída por esos “partidarios” restándole su aspecto performativo, por lo cual sólo, parecen sostener el “no será”, ni "foucaultiano" ni nada de nada.
Los términos castellanos o españoles empleado por Foucault para hablar de la topología habrén horizontes de estudios : heterotopologia; heterotopías:

a.-Heterotopología: presenta por su acto performativo el hetero, el componente erotico y la topología como una practica erótica -pasar por debajo, salir por arriba, meter.-sacar; vertir-revertir; anudarse-desnudarse; enlazarse por el agujeto faloso o el verdadero; y otras prácticas del kama sutra subjetivo;
b.-heterotopía: el componente "hetero" tocado por eros y la lógica actual que afecta y cambia de forma radical la vida "heterosexual" -ya no es la "misma" estudiada por Freud y Lacan- forma de vida que por el momento es la que acude en forma "mayoritaría" a efectuar la experiencia de un análisis.
Alberto Sladogna , un miembro de la elp
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"Utopías y heterotopías y El cuerpo utópico" son las traducciones respectivas de dos conferencias radiofónicas pronunciadas por Michel Foucault el 7 y el 21 de diciembre de 1966, en France-Culture, en el marco de una serie de emisiones dedicada a la relación entre utopía y literatura.(1) La primera de ellas es el momento germinal de un texto posterior, Des espaces autres (De los espacios otros), mejor conocido como el “texto sobre las heterotopías”, el cual fue redactado en 1967, a raíz, precisamente, de la escucha de dicha emisión radiofónica por parte del arquitecto Ionel Schein, quien dirigió a Foucault una invitación para que interviniera como conferencista en una de las sesiones del Cercle d'études architecturales.(2) Ese texto, que según Daniel Defert representa una versión “atemperada” de la conferencia del 7 de diciembre, fue publicado hasta 1984, en la revista Architecture, mouvement, continuité, y conoció posteriormente una amplia difusión, dando lugar a una serie de estudios que hicieron eco al llamado de Foucault para emprender la construcción de la ciencia que él mismo bautizó con el nombre de heterotopología. Y es precisamente en el texto que aquí se ofrece al lector en donde Foucault hace por vez primera dicho llamado, al tiempo que establece los fundamentos de esa disciplina “cuyo objeto serían esos espacios diferentes, esos otros lugares, esas impugnaciones míticas y reales del espacio en el que vivimos” que son las heterotopías. A pesar de su imposibilidad para rescatar la emotividad y la frescura que el archivo sonoro sí logra preservar, la traducción de este inédito pretende dar a conocer en castellano un texto importante en el universo conceptual de Foucault, en el que “resuenan todavía la duda y el júbilo de un pensamiento en proceso de formulación” (D. Defert).
Por su parte, El cuerpo utópico representa una reflexión particularmente bella, mediante la cual podemos acceder a una faceta del pensamiento de Foucault que, me parece, al menos en lo que se refiere al mundo de habla hispana, ha quedado relativamente oculta bajo el peso de obras monumentales como Las palabras y las cosas o Vigilar y castigar. Y es que el Foucault que habla del “cuerpo utópico” resulta ligeramente diferente de aquél que diserta acerca de los “cuerpos dóciles” o de la “muerte del hombre”; pues, a diferencia de los planteamientos derivados de estos libros, de carácter erudito, crítico e incluso polémico, en esta conferencia radiofónica –a fin de cuentas dirigida a un público amplio–, el despliegue de un discurso de sorprendente precisión conceptual y expresiva se asienta sobre una observación tan profunda como asequible –incluso para lectores no especializados–, por lo que da lugar a un texto diáfano, destinado a ahondar la comprensión de la experiencia utópica del cuerpo que, de un modo u otro, todos tenemos o hemos tenido en algún momento.

UTOPIAS Y HETEROTÓPIAS


1. Los contra-espacios, lugares reales fuera de todo lugar

Hay pues países sin lugar alguno e historias sin cronología. Ciudades, planetas, continentes, universos cuya traza es imposible de ubicar en un mapa o de identificar en cielo alguno, simplemente porque no pertenecen a ningún espacio. No cabe duda de que esas ciudades, esos continentes, esos planetas fueron concebidos en la cabeza de los hombres, o a decir verdad en el intersticio de sus palabras, en la espesura de sus relatos, o bien en el lugar sin lugar de sus sueños, en el vacío de su corazón; me refiero, en suma, a la dulzura de las utopías.
No obstante, creo que hay –y esto vale para toda sociedad– utopías que tienen un lugar preciso y real, un lugar que podemos situar en un mapa, utopías que tienen un lugar determinado, un tiempo que podemos fijar y medir de acuerdo al calendario de todos los días. Es muy probable que todo grupo humano, cualquiera que éste sea, delimite en el espacio que ocupa, en el que vive realmente, en el que trabaja, lugares utópicos, y en el tiempo en el que se afana, momentos ucrónicos. He aquí lo que quiero decir: no vivimos en un espacio neutro y blanco; no vivimos, no morimos, no amamos dentro del rectángulo de una hoja de papel. Vivimos, morimos, amamos en un espacio cuadriculado, recortado, abigarrado, con zonas claras y zonas de sombra, diferencias de nivel, escalones, huecos, relieves, regiones duras y otras desmenuzables, penetrables, porosas; están las regiones de paso: las calles, los trenes, el metro; están las regiones abiertas de la parada provisoria: los cafés, los cines, las playas, los hoteles; y además están las regiones cerradas del reposo y del recogimiento.
Ahora bien, entre todos esos lugares que se distinguen los unos de los otros, los hay que son absolutamente diferentes; lugares que se oponen a todos los demás y que de alguna manera están destinados a borrarlos, compensarlos, neutralizarlos o purificarlos. Son, en cierto modo, contraespacios. Los niños conocen perfectamente dichos contra-espacios, esas utopías localizadas: por supuesto, una de ellas es el fondo del jardín; por supuesto, otra de ellas es el granero o, mejor aun, la tienda de apache erguida en medio del mismo; o bien, un jueves por la tarde, la cama de los padres. Pues bien, es sobre esa gran cama que uno descubre el océano, puesto que allí uno nada entre las cobijas; y además, esa gran cama es también el cielo, dado que es posible saltar sobre sus resortes; es el bosque, pues allí uno se esconde; es la noche, dado que uno se convierte en fantasma entre las sábanas; es, en fin, el placer, puesto que cuando nuestros padres regresen seremos castigados.
A decir verdad, esos contraespacios no sólo son una invención de los niños; y esto es porque, a mi juicio, los niños nunca inventan nada: son los hombres, por el contrario, quienes susurran a aquéllos sus secretos maravillosos, y enseguida esos mismos hombres, esos adultos se sorprenden cuando los niños se los gritan al oído. La sociedad adulta organizó ella misma, y mucho antes que los niños, sus propios contraespacios, sus utopías situadas, sus lugares reales fuera de todo lugar. Por ejemplo, están los jardines, los cementerios; están los asilos, los burdeles; están las prisiones, los pueblos del Club Med y muchos otros.


2. La heterotopología, nueva ciencia

Pues bien, yo sueño con una ciencia –y sí, digo una ciencia– cuyo objeto serían esos espacios diferentes, esos otros lugares, esas impugnaciones míticas y reales del espacio en el que vivimos. Esa ciencia no estudiaría las utopías –puesto que hay que reservar ese nombre a aquello que verdaderamente carece de todo lugar– sino las heterotopías, los espacios absolutamente otros. Y, necesariamente, la ciencia en cuestión se llamaría, se llamará, ya se llama, la heterotopología. Pues bien, hay que dar los primeros rudimentos de esta ciencia cuyo alumbramiento está aconteciendo.
Primer principio: probablemente no haya una sola sociedad que no se constituya su o sus heterotopías. Ésta es una constante en todo grupo humano. Pero, a decir verdad, esas heterotopías pueden adquirir, y de hecho siempre adquieren formas extraordinariamente variadas. Y tal vez no haya una sola heterotopía en toda la superficie del globo o en toda la historia del mundo, una sola forma de heterotopía que haya permanecido constante. Quizás podríamos clasificar las sociedades según las heterotopías que prefieren, según las heterotopías que constituyen. Por ejemplo: las sociedades dichas primitivas tienen lugares privilegiados o sagrados, o prohibidos –al igual que nosotros, de hecho–; pero esos lugares privilegiados o sagrados por lo general están reservados a individuos, si ustedes quieren, en “crisis biológica”. Hay recintos especiales para los adolescentes en el momento de la pubertad; los hay reservados a las mujeres en su periodo menstrual; hay otros para las mujeres que están en parto. En nuestra sociedad las heterotopías para los individuos en crisis biológica han prácticamente desaparecido. Noten que todavía en el siglo diecinueve había colegios para los muchachos, los cuales, al igual que el servicio militar, sin duda cumplían el mismo papel, pues era menester que las primeras manifestaciones de la virilidad se produjeran en otra parte. Y después de todo, en lo que concierne a las jóvenes, yo me pregunto si el viaje nupcial no era al mismo tiempo una suerte de heterotopía y de heterocronía, ya que no era posible que la desfloración de la joven se produjera en la misma casa en la que nació; dicha desfloración había de realizarse, de alguna manera, en ninguna parte.
Pero esas heterotopías biológicas, esas heterotopías si ustedes quieren de crisis, desaparecen paulatinamente para ser remplazadas por las heterotopías de desviación. Es decir que los lugares que la sociedad acondiciona en sus márgenes, en las áreas vacías que la rodean, esos lugares están más bien reservados a los individuos cuyo comportamiento representa una desviación en relación a la media o a la norma exigida. De ahí la existencia de las clínicas psiquiátricas; de ahí también, claro está, la existencia de las cárceles; a lo cual habría que añadir sin duda los asilos para ancianos, puesto que, después de todo, en una sociedad tan afanada como la nuestra, la ociosidad se asemeja a una desviación que, en este caso, resulta por lo demás una desviación biológica por estar asociada a la vejez –la cual es, por cierto, una desviación constante, al menos para todos aquellos que no tienen la discreción de morir de un infarto tres semanas después de su jubilación.
Segundo principio de la ciencia heterotopológica: pues bien, durante el curso de su historia, toda sociedad puede reabsorber y hacer desaparecer una heterotopía que había constituido anteriormente, o bien organizar alguna otra que aún no existía. Por ejemplo: desde hace unos veinte años la mayoría de los países de Europa han intentado hacer que desaparezcan las casas de citas; con un éxito mitigado pues, como sabemos, el teléfono ha remplazado la vieja casa a la que iban nuestros ancestros por una red arácnida y mucho más sutil. Por lo contrario, el cementerio, que en nuestra experiencia actual corresponde al ejemplo más evidente de una heterotopía, es el lugar absolutamente otro. Pues bien, el cementerio no ha tenido siempre ese papel en la sociedad occidental. Hasta el siglo dieciocho, el cementerio estaba en el corazón de los poblados, dispuesto allí, en el centro de la ciudad, justo a un lado de la iglesia, y a decir verdad no se le atribuía ningún valor realmente solemne. Salvo en el caso de algunos individuos, el destino común de los cadáveres era simplemente ser arrojados a la fosa sin ningún respeto por los restos individuales. Ahora bien, de una manera muy curiosa, en el momento mismo en el que nuestra civilización se volvió atea, o al menos más atea, es decir a finales del siglo dieciocho, nos pusimos a individualizar el esqueleto: desde entonces cada quien tuvo derecho a su cajita y a su pequeña descomposición personal. Y por otro lado, pusimos todos esos esqueletos, todas esas cajitas, todos esos féretros, todas esas tumbas y esas piedras fuera de la ciudad, en el límite de las urbes, como si se tratara al mismo tiempo de un centro y un lugar de infección y, de alguna manera, de contagio de la muerte. Pero no hay que olvidar que todo esto no sucedió sino en el siglo diecinueve, e incluso durante el curso del Segundo Imperio (es bajo Napoleón III, en efecto, que los grandes cementerios parisinos fueron organizados en los límites de las ciudades). También habría que citar –y aquí observaríamos en cierto modo una sobredeterminación de la heterotopía– los cementerios para tuberculosos: pienso en ese maravilloso cementerio de Menton en el que fueron inhumados los grandes tuberculosos que vinieron, a finales del siglo diecinueve, para descansar y morir en la Costa Azul. Otra heterotopía.


3. YuxtaposiciÓn de espacios incompatibles.

Por lo general, la heterotopía tiene como regla yuxtaponer en un lugar real varios espacios que normalmente serían, o deberían ser incompatibles. El teatro, que es una heterotopía, hace que se sucedan sobre el rectángulo del escenario toda una serie de lugares incompatibles. El cine es una gran sala rectangular al fondo de la cual se proyecta sobre una pantalla, que es un espacio bidimensional, un espacio que nuevamente es un espacio de tres dimensiones. Vean ustedes aquí la imbricación de espacios que se realiza y se teje en un lugar como una sala de cine. Pero quizás el más antiguo ejemplo de heterotopía sea el jardín: el jardín, creación milenaria que ciertamente tenía una significación mágica en Oriente. El tradicional jardín persa es un rectángulo dividido en cuatro partes, las cuales representan las regiones del mundo, los cuatro elementos de los cuales éste se compone; y en el centro, en el punto en el que se unen esos cuatro rectángulos, había un espacio sagrado, una fuente, un templo; y alrededor de ese centro, toda la vegetación del mundo debía hallarse reunida. Ahora bien, si pensamos que los tapetes orientales están en el origen de las reproducciones de jardines (invernaderos en sentido estricto)(3), comprendemos el valor legendario de los tapetes voladores, de esos tapetes que recorrían el mundo. El jardín es un tapete en el que el mundo entero es convocado para cumplir su perfección simbólica, y el tapete es un jardín que se mueve a través del espacio. De hecho, ¿era un parque, o más bien un tapete, el jardín que describe el narrador de Las mil y una noches? Vemos que todas las bellezas del mundo se conjuntan en ese espejo. El jardín, desde la más remota Antigüedad es un lugar de utopía. Quizás tenemos la impresión de que las novelas se sitúan fácilmente en jardines; y es que, de hecho, las novelas nacieron sin duda de la institución misma de los jardines: la actividad novelesca es una actividad de jardinería.


4. Cortes singulares del tiempo

Resulta que las heterotopías con frecuencia están ligadas a cortes singulares del tiempo. Se emparientan, si ustedes quieren, con las heterocronías. Por supuesto, el cementerio es el lugar de un tiempo que ya no corre más. De manera general, en una sociedad como la nuestra se puede decir que hay heterotopías que son las heterotopías del tiempo que se acumula al infinito. Los museos, las bibliotecas, por ejemplo: en los siglos diecisiete y dieciocho, los museos y las bibliotecas eran instituciones singulares dado que eran las expresión del gusto de cada quién; por el contrario, la idea de acumularlo todo, la idea de detener el tiempo de alguna manera, o más bien de dejarlo depositar al infinito en un espacio privilegiado, de constituir el archivo general de una cultura, la voluntad de encerrar en un lugar todos los tiempos, todas las épocas, todas las formas y todos los gustos, la idea de constituir un espacio de todos los tiempos, como si ese espacio pudiera estar él mismo definitivamente fuera de todo tiempo, es una idea del todo moderna. Los museos y las bibliotecas son heterotopías propias de nuestra cultura.
Hay, sin embargo, heterotopías que no están ligadas al tiempo según la modalidad de la eternidad, sino según la modalidad de la fiesta; heterotopías no eternizantes, sino crónicas. El teatro, por supuesto, y luego las ferias, esos maravillosos emplazamientos vacíos en los bordes de las ciudades que se pueblan una o dos veces al año con casuchas, puestos de objetos heteróclitos, luchadores, mujeres-serpiente y echadoras de buenaventura. La aparición de los campamentos de vacaciones es aun más reciente en la historia de nuestra civilización: pienso sobre todo en eso maravillosos pueblos polinesios que ofrecen, en la costa mediterránea, tres pequeñas semanas de desnudez primitiva a los habitantes de nuestras ciudades. Las palapas de Jerba se emparientan en cierto sentido con las bibliotecas y los museos, puesto que son heterotopías de eternidad: y es que allí se invita a los hombres a reanudar lazos con la más vieja tradición de la humanidad; y al mismo tiempo esas palapas son la negación de toda biblioteca y de todo museo, puesto que en vez de servir para acumular el tiempo, sirven al contrario para borrarlo y volver a la desnudez, a la inocencia del primer pecado. También, entre esas heterotopías de la fiesta, esas heterotopías crónicas, existe, o más bien existía, la fiesta que ocurría todas las noches en la casa de citas de otrora, esa fiesta que empezaba a las seis de la tarde como en La fille Élisa.
Y finalmente, hay otras heterotopías que están ligadas no a la fiesta sino al pasaje, a la transformación, a las labores de la regeneración. Eran, durante el siglo diecinueve, los colegios y los cuarteles los que debían hacer de los niños adultos, de los pueblerinos ciudadanos, lo mismo que despabilar a los ingenuos. Hoy en día tenemos sobre todo las prisiones.


5. Sistemas de cierre y apertura específicos.

Por último, quisiera establecer el siguiente hecho en tanto quinto principio de la heterotopología: las heterotopías tienen siempre un sistema de apertura y cierre que las aísla del espacio que las rodea. En general, uno no entra en una heterotopía como Pedro por su casa: o bien uno entra allí porque se ve obligado a hacerlo, o bien uno lo hace cuando se ve sometido a ritos, a una purificación. Hay incluso heterotopías dedicadas exclusivamente a dicha purificación: purificación mitad religiosa, mitad higiénica, como en el caso de los Hammams de los musulmanes; y también hay purificaciones que parecen exclusivamente higiénicas, como los saunas de los escandinavos, pero que conllevan una serie de valores religiosos o naturalistas.
Hay otras heterotopías, por el contrario, que no están cerradas en relación al mundo exterior, pero que son pura y simple apertura; todo el mundo puede entrar en ellas, pero, a decir verdad, una vez que se está adentro, uno se da cuenta de que es una ilusión y de que se entró a ninguna parte: la heterotopía es un lugar abierto, pero con la propiedad de mantenerlo a uno afuera. Por ejemplo, en Sudamérica, en las casa del siglo dieciocho, se disponía siempre al lado de la puerta de entrada, pero antes de la misma, una pequeña habitación que daba directamente al mundo exterior y que estaba destinada a los visitantes de paso. Es decir que cualquiera podía entrar en esa habitación a cualquier hora del día y de la noche, descansar en ella, hacer allí lo que le pareciera; podía partir al día siguiente sin ser visto ni reconocido por nadie; pero, en la medida en la que esa habitación no daba de ninguna manera a la casa misma, el individuo que en ella se hospedaba no podía penetrar jamás en el interior del aposento familiar; esa habitación era una especie de heterotopía completamente exterior. Podríamos comparar con esa habitación a los moteles estadounidenses, a los que uno entra con su auto y su amante, y en los que la sexualidad ilegal se encuentra al mismo tiempo albergada y oculta, mantenida aparte, sin que por lo tanto se la deje al aire libre.
Finalmente, existen las heterotopías que parecen abiertas, pero en las que sólo entran verdaderamente los que ya han sido iniciados. Uno cree acceder a lo más simple, a lo que está más fácilmente a disposición, siendo que en realidad se está en el corazón del misterio. Es al menos de ese modo que Aragon entraba en las casas de citas:
Todavía el día de hoy, no traspongo esos umbrales de excitabilidad particular sin una cierta emoción de colegial; allí persigo el gran deseo abstracto que a veces se desprende de algunas figuras que nunca amé. Un fervor se despliega. Ni por un instante pienso en el aspecto social de esos lugares; la expresión “casa de tolerancia” no puede ser pronunciada con seriedad.


6. Impugnaciones del real y fuente de imaginario

Es en este punto en donde indudablemente nos acercamos a lo más esencial de las heterotopías. Éstas son una impugnación de todos los demás espacios, que pueden ejercer de dos maneras: ya sea como esas casas de citas de las que hablaba Aragon, creando una ilusión que denuncia al resto de la realidad como si fuera ilusión, o bien, por el contrario, creando realmente otro espacio real tan perfecto, meticuloso y arreglado cuanto el nuestro está desordenado, mal dispuesto y confuso.
De este modo funcionaron durante algún tiempo, en el siglo dieciocho sobre todo –al menos según lo proyectaban los hombres–, las colonias. Por supuesto, como sabemos, las colonias tenían una gran utilidad económica; pero había valores simbólicos que les estaban asociados y que, sin duda, se debían al prestigio propio de las heterotopías. Así es como en los siglos diecisiete y dieciocho las sociedades puritanas inglesas intentaron construir en América sociedades absolutamente perfectas. Así es como, a finales del siglo dieciocho y aún a principios del veinte, Lyautey y sus sucesores en las colonias militares francesas soñaron con sociedades jerarquizadas y militares.
Indudablemente la más extraordinaria de esas tentativas fue la de los jesuitas en el Paraguay. En efecto, en Paraguay los jesuitas habían fundado una colonia maravillosa en la que toda la vida estaba reglamentada, en la que imperaba el régimen del comunismo más perfecto, dado que las tierras pertenecían a todo el mundo, los reba-ños pertenecían a todo el mundo, y a cada familia sólo se le atribuía un pequeño jardín. Las casas estaban organizadas en filas regulares a lo largo de dos calles que hacían ángulo recto; en la plaza central del pueblo estaban la iglesia, al fondo, y de un lado el colegio y del otro la prisión. Los jesuitas reglamentaban meticulosamente de la noche a la mañana y desde la mañana hasta la noche la vida entera de los colonos. El Ángelus sonaba a las cinco de la mañana para el despertar, después marcaba el inicio del trabajo, luego la campana llamaba al mediodía a la gente, hombres y mujeres que habían trabajado en el campo, a las seis de la tarde se reunían para cenar, y a la medianoche la campana sonaba nuevamente para aquello que llamaban el despertar conyugal, puesto que a los jesuitas les importaba mucho que los colonos se reprodujeran, debido a lo cual todas las noches tocaban alegremente la campana para que la población pudiera proliferar. Y lo hizo, por lo demás, porque de ciento treinta mil que había al principio de la colonización jesuita, los indios pasaron a ser cuatrocientos mil a mediados del siglo dieciocho. Éste era un ejemplo de una sociedad completamente cerrada sobre sí misma, y que no estaba ligada al resto del mundo más que por el comercio y las ganancias considerables que obtenía la Compañía de Jesús.
Con la colonia, tenemos una heterotopía que tiene la suficiente ingenuidad como para querer realizar una ilusión. Con la casa de citas, por el contrario, tenemos una heterotopía lo bastante sutil o hábil como para querer disipar la realidad con la pura fuerza de las ilusiones. Y si pensamos que el barco, el gran barco del siglo diecinueve es un pedazo de espacio flotante, un lugar sin lugar, que vive por sí mismo, cerrado sobre sí, libre en cierto sentido, pero abandonado fatalmente al infinito del mar, y que de puerto en puerto, de barrio de chicas en barrio de chicas, de navegación en navegación va hasta las colonias buscando lo más precioso que éstas resguardan de esos jardines orientales de los que hablábamos hace un rato, comprendemos por qué el barco ha sido para nuestra civilización, al menos desde el siglo dieciséis, al mismo tiempo el más grande instrumento económico y nuestra más grande reserva de imaginación. El navío es la heterotopía por excelencia. Las civilizaciones sin barcos son como los niños cuyos padres no tienen una gran cama sobre la cual jugar; sus sueños se agotan, el espionaje reemplaza a la aventura, y la fealdad de la policía reemplaza a la belleza llena de sol de los corsarios.

Notas
1Utopies et hétérotopies, cd Rom. Paris, INA, 2004
2 “Des espaces autres” (conferencia dictada en el Cercle d'études architecturales, 14 de marzo de 1967), Architecture, Mouvement, Continuité, no. 5, octubre 1984, pp. 46-49; también en Dits et écrits, II, Paris, Gallimard, Col. Quarto, pp. 1571-1581.
3 En francés, jardins d'hiver, literalmente “jardines de invierno”. n. del t.


El CUERPO UTÓPICO

1. “Mi cuerpo, implacable topía”

Desde que abro los ojos, me es imposible escapar a ese lugar que dulce, ansiosamente, Proust habita en cada despertar. Y no es porque a causa de él me encuentre anclado en donde estoy, pues, después de todo, no sólo puedo moverme y removerme, sino que también puedo removerlo a él, moverlo, cambiarlo de lugar. Pero he aquí que no puedo desplazarme sin él; no puedo dejarlo allí donde está para yo irme por otro lado. Puedo ir al fin del mundo, puedo esconderme por la mañana bajo las cobijas, hacerme tan pequeño como me sea posible, puedo dejarme derretir bajo el sol en la playa: él siempre estará allí donde yo estoy; siempre está irremediablemente aquí, jamás en otro lado. Mi cuerpo es lo contrario de una utopía: es aquello que nunca acontece bajo otro cielo. Es el lugar absoluto, el pequeño fragmento de espacio con el cual me hago, estrictamente, cuerpo. Mi cuerpo, implacable topía.


2. Las utopías que borran el cuerpo

¿Y si por casualidad viviera yo en una especie de familiaridad desgastada, como con una sombra, como con esas cosas de todos los días que finalmente ya no veo y que la vida ha tornado en grisallas? ¿Como con esas chimeneas, esos techos que se aborregan cada noche frente a mi ventana pero que cada mañana son la misma presencia, la misma herida…? Frente a mis ojos se dibuja la imagen inevitable que impone el espejo: cara demacrada, hombros curveados, mirada miope, ya sin cabello, verdaderamente nada guapo. Y es en esa ruin cáscara que es mi cabeza, en esa caja que no me gusta que tendré que mostrarme y pasearme; a través de esa rejilla que habrá que hablar, mirar, ser mirado; bajo esa piel, encenegarse. Mi cuerpo es el lugar al que estoy condenado sin recurso.
Yo creo que, después de todo, es contra él y como para borrarlo que se concibieron todas esas utopías. El prestigio de la utopía, su belleza, la maravilla de la utopía, ¿a qué se deben? La utopía es un lugar fuera de todo lugar, pero es un lugar en donde habré de tener un cuerpo sin cuerpo; un cuerpo que será bello, límpido, transparente, luminoso, veloz, de una potencia colosal, con duración infinita, desatado, protegido, siempre transfigurado. Y es muy probable que la utopía primera, aquella que es más difícil de desarraigar del corazón de los hombres sea precisamente la utopía de un cuerpo incorporal. El país de las hadas, el país de los duendes, de los genios, de los magos, pues bien, es el país en el que los cuerpos se transportan tan rápido como la luz, es el país maravilloso en el que las heridas se curan instantáneamente con un bálsamo maravilloso; el país en el que uno puede caer desde una montaña y levantarse vivo; es el país en el que uno es invisible cuando quiere, y visible cuando así lo desea. Si existe un país maravilloso es, claro está, para que en él yo sea príncipe azul, y que todos los lindos gomosos se vuelvan feos y peludos como puercoespines.
También hay una utopía diseñada para borrar al cuerpo. Y esa utopía es el país de los muertos; son las grandes ciudades utópicas que nos legó la civilización egipcia. Las momias, después de todo, ¿qué son? Pues bien, son la utopía del cuerpo negado y transfigurado; la momia es el gran cuerpo utópico que persiste a través del tiempo. Están también las máscaras de oro que la civilización micénica ponía sobre el rostro de los reyes difuntos: utopías de sus cuerpos gloriosos, solares, terror de los ejércitos. Están las pinturas y las esculturas de las tumbas, las estatuas de las iglesias que después de la Edad Media prolongan en la inmovilidad una juventud que jamás pasará. En nuestros días, están esos simples cubos de mármol, cuerpos geometrizados por la piedra, figuras regulares y blancas que destacan sobre el gran marco negro de los cementerios. Y en esa ciudad de utopía de los muertos, he aquí que mi cuerpo deviene sólido como una cosa, eterno como un dios.
Pero probablemente sea el gran mito del alma el que desde lo más lejano de la historia occidental nos ha proporcionado la más obstinada, la más potente de esas utopías mediante las cuales borramos la triste topología del cuerpo. El alma funciona en mi cuerpo de una manera verdaderamente maravillosa: está albergada en él, por supuesto, pero sabe bien cómo escaparse; y se escapa para ver las cosas a través de la ventana de mis ojos; se escapa para soñar cuando duermo, para sobrevivir cuando muero. Mi alma es bella, es pura, es blanca. Y si mi cuerpo lodoso, en todo caso nada bello, llegara a ensuciarla, sin duda habrá una virtud, alguna potencia, habrá mil gestos sagrados que la reestablecerán en su pureza primigenia. Durará mucho tiempo, mi alma, y más que mucho tiempo, cuando mi viejo cuerpo se vaya a pudrir. ¡Viva mi alma! Es mi cuerpo luminoso, purificado, virtuoso, ágil, móvil, tibio, fresco, es mi cuerpo liso, castrado, redondo como una burbuja de jabón.
Y así es como mi cuerpo, en virtud de todas esas utopías, ha desaparecido. Desapareció como la flama de una vela a la que se le sopla. El alma, las tumbas, los genios y las hadas han echado mano sobre él, lo han hecho desaparecer en un parpadeo, han soplado sobre su pesantez, su fealdad, y me lo han restituido deslumbrante y eterno.


3. El cuerpo y sus recursos propios de fantasía

Pero, a decir verdad, mi cuerpo no se deja reducir tan fácilmente. Después de todo, él tiene sus propios recursos de fantasía: también posee lugares sin lugar, y lugares más profundos, aun más obstinados que el alma, que la tumba, que los encantamientos de los magos; tiene sus sótanos y sus graneros, sus superficies luminosas. Mi cabeza, por ejemplo: ¡qué extraña caverna abierta hacia el mundo exterior por dos ventanas, dos aperturas! –de eso estoy seguro puesto que las veo en el espejo, y además puedo cerrar una u otra separadamente–; y sin embargo, no hay dos ventanas sino sólo una, puesto que frente a mí veo un paisaje único, continuo, sin barreras ni separaciones. Y ¿cómo es que suceden las cosas en esa cabeza? Pues bien, las cosas vienen a acomodarse en ella; entran en ella, y de eso estoy seguro, puesto que cuando el sol es demasiado fuerte me deslumbra, va a desgarrar el fondo de mi cerebro. Y no obstante, esas cosas que entran en mi cabeza permanecen claramente en su exterior, dado que las veo delante de mí, y para alcanzarlas debo, por mi parte, avanzar.
Cuerpo incomprensible, cuerpo penetrable y opaco, cuerpo abierto y cerrado, cuerpo utópico. Cuerpo en cierto sentido absolutamente visible: sé muy bien lo que es ser escrutado por alguien de la cabeza a los pies, sé lo que es ser espiado por detrás, vigilado por encima del hombro, sorprendido cuando menos me lo espero, sé lo que es estar desnudo. Y sin embargo, ese cuerpo que resulta tan visible me es retirado, está atrapado en una especie de invisibilidad de la que jamás podré separarlo: este cráneo, esta espalda que apoyo y a la que el colchón resiste, que apoyo en el diván cuando estoy acostado, pero que no puedo sorprender más que a través del ardid del espejo… ¿qué es esta espalda cuyos movimientos y posiciones conozco perfectamente, pero que no puedo ver sin contorsionarme horriblemente? El cuerpo, fantasma que sólo aparece en los espejismos del espejo, y además de manera fragmentaria. ¿De verdad tengo necesidad de los genios y de las hadas, de la muerte y del alma para ser a la vez e indisociablemente visible e invisible? Y además, este cuerpo es ligero, transparente, imponderable; nada más alejado de una cosa que él, que corre, actúa, vive, desea, se deja atravesar sin resistencia por todas mis intenciones. Ciertamente, pero sólo hasta el día en el que algo me duele, en el que se ensancha la caverna de mi vientre, en el que mi pecho y mi garganta se bloquean o se atascan o se llenan de topos, hasta el día en el que estalla en mi boca el dolor de muelas; entonces, ahí sí, dejo de ser ligero, imponderable, etc., y me vuelvo cosa, arquitectura fantástica y ruinosa. No, verdaderamente, no hay necesidad de magia ni de encantamiento, no hay necesidad ni de un alma ni de una muerte para que yo sea a la vez opaco y transparente, visible e invisible, vida y cosa; para que yo sea un utopía, basta que sea un cuerpo.
Todas esas utopías mediante las cuales esquivaba mi cuerpo, pues bien, simplemente tenían por modelo y punto primero de aplicación, tenían su lugar de origen en mi cuerpo mismo. Estaba muy equivocado anteriormente al decir que las utopías estaban dirigidas contra el cuerpo y destinadas a borrarlo: las utopías nacieron del cuerpo mismo y se voltearon después contra él.


4. El cuerpo, actor principal de todas las utopías

En todo caso, hay algo seguro: el cuerpo humano es el actor principal de todas las utopías. Después de todo, una de las más viejas utopías que los hombres se hayan contado a sí mismos, ¿acaso no es el sueño de los cuerpos inmensos, desmesurados, que devoran el espacio y dominan el mundo? Es la vieja utopía de los gigantes que encontramos en el corazón de tantas leyendas en Europa, África, Oceanía, Asia; esa vieja leyenda que durante tanto tiempo ha alimentado la imaginación occidental, de Prometeo a Gulliver.
El cuerpo también es un gran actor utópico cuando se trata de máscaras, del maquillaje y de los tatuajes. Enmascararse, tatuarse, no es, como podríamos imaginarlo, adquirir otro cuerpo, simplemente un poco más hermoso, mejor decorado, o que se reconoce con mayor facilidad; tatuarse, maquillarse, enmascararse, es sin duda otra cosa: es hacer entrar al cuerpo en comunicación con poderes secretos y fuerzas invisibles. La máscara, el signo tatuado, el afeite, depositan sobre el cuerpo todo un lenguaje, todo un lenguaje enigmático, todo un lenguaje cifrado, secreto, sagrado, que invoca sobre ese mismo cuerpo la violencia del dios, la potencia sorda de lo sagrado o la vivacidad del deseo. La máscara, el tatuaje, el afeite sitúan al cuerpo en otro espacio, lo hacen entrar en un lugar que no tiene ningún lugar directamente en el mundo; hacen de ese cuerpo un fragmento de espacio imaginario que se va a comunicar con el universo de las divinidades o con el universo de los demás. Uno será poseído por los dioses, poseído por la persona que acaba de seducir. En todo caso, la máscara, el tatuaje, el afeite, son operaciones mediante las cuales el cuerpo es arrancado de su espacio propio y proyectado en otro espacio.
Escuchen por ejemplo este cuento japonés, y la manera en la que un artista del tatuaje hace que la joven mujer que desea transite hacia otro universo que no es el nuestro:
El sol lanzaba sus rayos como dardos sobre el río e incendiaba la habitación de los siete tapetes. Sus rayos, reflejados en la superficie del agua, imprimían sobre el papel de los biombos, y también sobre el rostro de la muchacha profundamente dormida, un dibujo de olas doradas. Zeikishi, después de haber jalado los canceles, tomó sus instrumentos de tatuaje. Durante algunos instantes, permaneció abismado en una especie de éxtasis. No era sino entonces que saboreaba la extraña belleza de la joven muchacha. Le parecía que podía permanecer sentado frente a ese rostro inmóvil durante decenas y centenas de años sin jamás sentir fatiga o aburrimiento alguno. Del mismo modo que otrora el pueblo de Menfis embellecía la magnífica tierra de Egipto con pirámides y esfinges, Zeikishi deseaba embellecer amorosamente con su dibujo la fresca piel de la joven muchacha. Le aplicó la punta de sus pinceles de colores que sostenía entre el pulgar, el anular y el meñique de la mano izquierda, y a medida que las líneas se dibujaban las picaba con su aguja, que sostenía con la mano derecha.
Y si pensamos que el vestido profano o sagrado, religioso o civil, hace entrar al individuo en el espacio cerrado de lo religioso o en la red invisible de la sociedad, entonces vemos que todo aquello que es relativo al cuerpo, dibujo, color, diadema, tiara, vestimenta, uniforme, todo eso hace florecer de una forma sensible y abigarrada las utopías que están selladas en el cuerpo. Pero quizás habría que ir más abajo del vestido; quizás habría que alcanzar la carne misma, y entonces veríamos que en ciertos casos, prácticamente es el cuerpo mismo quien voltea contra sí su poder utópico y hace que todo el espacio de lo religioso y lo sagrado, todo el espacio del otro mundo, todo el espacio del contramundo, entre en el espacio que le está reservado. Entonces el cuerpo, en su materialidad, en su carnalidad, sería como el producto de sus propios fantasmas. Después de todo, ¿acaso el cuerpo del bailarín no se encuentra precisamente dilatado según un espacio que le es a la vez interior y exterior? ¿Y los que están drogados también? ¿Y los poseídos, cuyo cuerpo deviene infierno, cuyo cuerpo deviene sufrimiento, redención, paraíso sangriento? Fui verdaderamente torpe, hace un rato, al creer que el cuerpo nunca estaba en otra parte, que era un aquí y que se oponía a toda utopía.


5. Mi cuerpo está siempre en otra parte

Mi cuerpo, de hecho, está siempre en otra parte, vinculado con todos los allá que hay en el mundo; y, a decir verdad, está en otro lugar que no es precisamente el mundo, pues es alrededor de él que están dispuestas las cosas; es en relación a él, como si se tratara de un soberano, que hay un arriba, un abajo, una derecha, una izquierda, un delante, un detrás, un cerca y un lejos: el cuerpo es el punto cero del mundo, allí donde los caminos y los espacios se encuentran. El cuerpo no está en ninguna parte: está en el corazón del mundo, en ese pequeño núcleo utópico a partir del cual sueño, hablo, avanzo, percibo las cosas en su lugar, y también las niego en virtud del poder indefinido de las utopías que imagino. Mi cuerpo es como la Ciudad del Sol: no tiene lugar, pero a partir de él surgen e irradian todos los lugares posibles, reales o utópicos.
Después de todo, los niños tardan mucho tiempo en llegar a saber que tienen un cuerpo. Durante meses, durante más de un año, no tienen más que un cuerpo disperso, miembros, cavidades, orificios, y todo ello sólo se organiza, literalmente toma cuerpo, en la imagen del espejo. De manera aun más extraña, los griegos de Homero no tenían palabra alguna para designar la unidad del cuerpo. Por paradójico que parezca, frente a Troya, bajo los muros resguardados por Héctor y sus compañeros, no había cuerpos: había brazos levantados, pechos valerosos, piernas ágiles, cascos relucientes sobre las cabezas, no cuerpos. La palabra griega que quiere decir cuerpo sólo aparece en Homero para designar el cadáver.
Consecuentemente, son ese mismo cadáver y el espejo los que nos enseñan, o en todo caso los que respectivamente enseñaron a los griegos y enseñan a los niños ahora que tenemos un cuerpo, que ese cuerpo tiene una forma, que esa forma tiene un contorno, que en ese contorno hay espesor, un peso, en resumen que el cuerpo ocupa un lugar. Son el espejo y el cadáver los que asignan un espacio a la experiencia profunda y originariamente utópica del cuerpo; son el espejo y el cadáver los que acallan, apaciguan y encierran dentro de un ámbito oculto para nosotros esa gran rabia utópica que desvencija y volatiliza nuestro cuerpo a cada instante. Es gracias a ellos, gracias al espejo y al cadáver que nuestro cuerpo no es pura y simple utopía. Ahora que si pensamos que la imagen del espejo se halla en un lugar inaccesible para nosotros, y que nunca podremos estar allí donde está nuestro cadáver; si pensamos que el espejo y el cadáver están ellos mismos en una lejanía inexpugnable, entonces descubrimos que la utopía profunda y soberana de nuestro cuerpo sólo puede estar oculta y ser clausurada mediante otras utopías.
Quizás valdría decir que hacer el amor implica sentir que el cuerpo propio se cierra sobre sí mismo, que por fin se existe fuera de toda utopía con toda la densidad de uno entre las manos del otro: bajo los dedos del otro que te recorren, tu cuerpo adquiere una existencia; contra los labios del otro tus labios devienen sensibles; delante de sus ojos entrecerrados nuestro rostro adquiere una certidumbre y hay, por fin, una mirada para ver tus pupilas cerradas. Al igual que el espejo y que la muerte, el amor también apacigua la utopía de tu cuerpo, la acalla, la calma, la encierra en algo así como una caja que después sella y clausura; es por eso que el amor es tan cercano pariente de la ilusión del espejo y de la amenaza de la muerte. Y, si a pesar de esas dos peligrosas figuras, nos gusta tanto hacer el amor, es porque cuando se hace el amor el cuerpo está aquí.

Nota y traducción de Rodrígo García

viernes, noviembre 07, 2008

La señora,texto del escritor Carlos Tobal

La señora

Su cadencia al caminar revelaba -por la posición trasera que sobresalía y se notaba al mirarla de costado- que el orgullo como un triángulo invertido le surgía de algún tesoro que escondía entre las piernas.

La elegante mujer estaba enamorada del enano -sabio pero odioso, despatarrado y de traje gris- que la visitaba cada tanto en su casa ubicada en las afueras del pueblo.

El enano solía llegar con un ramo de flores, tocaba timbre y se quedaba esperando con las rosas boca abajo goteando sobre el felpudo, hasta que la señora secándose las manos en la pollera, acudía disimulando la agitación.

Solía acomodarse en el sillón de la sala, la mujer le traía el té y unos escons horneados para la ocasión. Él iniciaba relatos con voz chillona, repletos de las peripecias de la ruta y el transporte de animales.

Muy decidido, luego la fornicaba e insistía en pagarle antes de irse. La mujer se negaba, pero él, entendiendo que era un disimulo, dejaba el billete en la mesita de luz.

Una tarde el enano llegó trayendo a un mozalbete de su pueblo, grandote con aire de estúpido, quizá nunca había estado entre las piernas de una mujer.

El enano se sentó en el sillón berger de la sala y emitió unos consejos sobre la manera de hacer más rentable el oficio que suponía en la mujer. Había que combinar la rapidez en la prestación con la cantidad de clientes. Le hizo a la mujer una pregunta impertinente, secretamente ofensiva: "¿Cuántos clientes atiende usted por día?". El titubeo de la dama indicaría: "Ninguno, nunca".

El enano, al pagarle satisfacía únicamente su propia e íntima necesidad. Quizá ella lo amara, hasta lo esperaba (eso se advertía en la emoción con que recibía sus flores) y finalmente aceptaba su dinero porque intuyó que él no hubiera tolerado que una mujer "normal" lo quisiera. Eso le hubiera hecho insoportable su inferioridad.

Así, la crueldad que ostentaba en sus criterios y la agilidad para hacer circular los billetes que prestamente sacaba del bolsillo del pantalón, sumaban jerarquía a su estatura.

El enano le propuso entonces a la mujer que atendiera al mozalbete que, enorme desde el rincón, contemplaba boquiabierto el regalo que se le ofrecía.

A medida que la señora se negaba, el enano iba duplicando la oferta sacando otro billete del bolsillo y depositándolo sobre la mesita que tenía al lado del gran sillón que lo albergaba con las piernitas cruzadas.

Al final la mujer, por alguna debilidad de carácter, aceptó y se llevó al grandote a la pieza de arriba.

Después, mientras se retiraban, los acompañó hasta la puerta y le preguntó al enano sobre la frecuencia que tenía para visitar este pueblo, cuando él contestó (en verdad nunca se habían tuteado), ella dijo:

-Cuando regrese cuide de no pasar por acá. El muchacho puede venir cuando quiera, es un hombre cabal.

jueves, noviembre 06, 2008

El espírituanalítico, tranmisión ¿lúdica, mágica, telepática? en México, 17/11/2008, DF.

artetefactos, una revista de la ELP y el Colegio de Psicoanálisis Lacaniano, invitan

Lunes 17 de noviembre de 2008, Horario: 20:00 hrs

El espírituanálitico, transmisión:

¿Lúdica, mágica, telepática en México?

El Colegio de Psicoanálisis Lacaniano junto con artefactos, una revista de la elp (escuela lacaniana de psicoanálisis/école lacanienne de psychanalyse)invitan al siguiente diálogo temático. Lacan en su enseñanza oral fue afectado por:

Reservé el final ocho días para mi placer personal, cambió mi proyecto súbitamente, no pudiendo resistir a la proximidad de un país lleno de magia, —pienso—, para algunos de ustedes, que se llama México. Fui a pasar allí ocho días. Las cosas que vi me tocaron en dos puntos, es que no se puede sino quedar muy impresionado de ver algo...,la mirada de estos indios, siempre las mismas, ya sea aquellos que lo sirven con paso discreto en los corredores de los hoteles a los que habitan las cabañas todavía de caña al borde de las rutas, estos indios que tienen las mismas figuras exactamente que vemos fijadas en el basalto o el granito, estos fragmentos flotantes que recogemos de su arte antiguo… con estos signos, estos signos con los cuales algo está roto para siempre y que sin embargo, están ahí traduciendo de una manera visible… sino una relación conservada con lo que hay de tan sensible en todo lo que sabemos de estos cultos antiguos, esta cosa de la cual no comprendieron nada sino un efecto de horror los primeros conquistadores y que no es otra sino por todos lados visibles, por todos lados presentes, por todos lados enganchada en formas de la divinidad que no es otra que el objeto a .

En fechas reciente Jean-Marie Le Clézio recibió el premio Nobel de literatura; él residió más de 15 años en Morelia, Michoacán y escribió un texto cuyo título convoca al análisis del espíritu de la conquista: El sueño mexicano o el pensamiento interrumpido (FCE, México, 2008). Octavio Paz escribió El laberinto de la soledad, título que convoca a una figura de la clínica topológica de la soledad; una estructura de la soledad construida por la articulación subjetiva del conquistador ante el conquistado, un pase de magia y transmisión telepática donde no está ausente el discurso del amordeno.

En este diálogo tomaremos la magia que tomó a Lacan, esa mágica mirada del objeto que causa un deseo, dialogaremos de la presencia de esa magia, del juego lúdico de la telepatía como vías de la transmisión del análisis y como siendo, a su vez, aquello que hay para transmitir: el espíritu mágico, el espíritu telepático de la doctrina contenido en esa caja mágica que conocemos como los seminarios orales y los escritos de Jacques Lacan. Se trata de abrir el nudo lúdico de la transmisión de la enseñanza de Jacques Lacan dándole la vuelta al discurso del amo, mismo que, a veces, campea, en el psicoanálisis ¿Será ese el espíritu del análisis?

Participaran del diálogo los asistentes junto con: Silvia Fendrik, psicoanalista, radicada en Buenos Aires, Argentina; Virginia Hernández Ricárdez , psicoanalista; Julio Hubard, escritor; Alberto Sladogna, analista, un miembro de la elp; Eduardo García Silva, psicoanalista .

Evento a cargo de Alberto Sladogna. Lugar: Sede del Colegio de Psicoanálisis Lacaniano

Dirección: Prolongación Moctezuma No.89, Col. Romero de Terreros, Del. Coyoacán, C.P. 04310. México, D.F. Teléfonos : 5554-7105

Fecha: lunes 17 de noviembre de 2008

Horario: 20:00 hrs

*En ese momento estará disponibles para los interesados algunos de los últimos ejemplares de un texto mágicamente telepático de la reciente edición de El fracaso del Un-desliz es el amor. A la manera del seminario oral de Jacques Lacan, 1967/1977 artefactos, cuadernos de nota, México, DF, 2008.